Jose Carlos TurradoJOSÉ CARLOS TURRADO
NOVEDAD EDITORIALJUGUETES LÍRICOS
GRUPO EDITORIAL PÉREZ-AYALAEdiciones Rilke

JOSÉ CARLOS TURRADO DE LA FUENTE

Cuando José Carlos Turrado de la Fuente tenía ocho años, encontró en la biblioteca de su abuelo un ejemplar amarillento del Romancero gitano de García Lorca. No entendió ni la mitad de lo que leía, pero algo en el ritmo de aquellos versos —”Verde que te quiero verde”— se le grabó en el oído como una música secreta. Desde entonces, supo que la poesía no era algo que se lee sino algo que se escucha con todo el cuerpo.

Décadas después, ese niño que memorizaba romances sin entenderlos se ha convertido en uno de los poetas más rigurosos y singulares de la literatura española contemporánea. Turrado de la Fuente pertenece a esa estirpe rara de escritores que no buscan la moda sino la permanencia, que no aspiran a ser contemporáneos sino a dialogar con toda la tradición literaria, desde el Romancero medieval hasta la Generación del 27.

Nacido en España en la segunda mitad del siglo XX, creció entre dos mundos: el de la España rural que aún conservaba memoria de romances y coplas populares, y el de la España urbana que se abría vertiginosamente a la modernidad. Esa doble pertenencia marca toda su obra: es un poeta que puede escribir sobre jardines míticos habitados por ninfas y, en el verso siguiente, soltar un “¡Ni de coña!” que rompe toda solemnidad. Esa convivencia de registros —lo arcaico y lo coloquial, lo sublime y lo prosaico— no es casualidad ni afectación: es la radiografía lingüística de alguien que ha vivido la transformación cultural de España en las últimas décadas.

Su formación humanística es evidente en cada verso. Turrado de la Fuente no es un poeta intuitivo que escribe al dictado de la inspiración; es un artesano que conoce al dedillo toda la métrica española, desde el octosílabo del romance hasta el endecasílabo del soneto, pasando por la complejísima décima espinela. Pero su erudición nunca es pedante. Usa la tradición como quien usa una caja de herramientas: cada forma métrica es un instrumento diseñado para un propósito específico. El romance sirve para narrar; el soneto, para confesar; la décima, para lamentar.

En Juguetes Líricos (Ediciones Rilke, 2025), su obra más ambiciosa hasta la fecha, Turrado de la Fuente despliega todo su arsenal técnico al servicio de una obsesión: explorar cómo la belleza está siempre amenazada por el tiempo, cómo el amor es casi siempre imposible, cómo la memoria lucha desesperadamente contra el olvido. El libro reúne seis poemas extensos —algunos de más de quinientos versos— que funcionan como fábulas morales sobre la condición humana. Un cervatillo que encuentra el paraíso y muere en él. Un comandante español que defiende Cartagena de Indias contra los británicos y termina convertido en fantasma. Un pájaro que canta sonetos perfectos a su amada sin saber que ha sido asesinada. Una labradora del Toboso que espera en vano al caballero que nunca llegará.

Estos poemas no son elegantes ejercicios de estilo sino actos de resistencia cultural. En una época donde la poesía tiende a la brevedad extrema —el micropoema, el tweet poético, el verso para redes sociales—, Turrado de la Fuente escribe poemas que exigen horas de concentración sostenida. En un mercado editorial que premia la accesibilidad inmediata, él apuesta por la complejidad formal. En una cultura dominada por el verso libre, él practica la métrica rigurosa. No es nostalgia; es rebeldía.

Quienes lo conocen describen a un hombre de pocas palabras pero de conversación intensa cuando el tema le interesa. Puede pasarse horas hablando sobre la colocación de un acento en el sexto pie de un endecasílabo, o sobre por qué Lope de Vega era técnicamente superior a Góngora (opinión que defiende con pasión de cruzado). Lee constantemente: los clásicos españoles del Siglo de Oro, por supuesto, pero también poesía anglosajona (Keats, Yeats, Eliot), francesa (Baudelaire, Éluard), italiana (Dante, Leopardi). Su biblioteca personal es un caos organizado donde conviven ediciones antiguas de Quevedo con novelas contemporáneas.

Pero hay algo más allá de la técnica que define a Turrado de la Fuente como poeta: su capacidad de conmoverse ante la belleza y de transmitir esa conmoción sin sentimentalismo. En “Mujer de cabellos de oro”, el poema más personal de Juguetes Líricos, escribe sobre la enfermedad de una amada con una desesperación contenida que parte el corazón. No hay lágrimas retóricas ni autocompasión; solo preguntas lanzadas al vacío: “¿Podrán generaciones remanentes / gozar de los fresales andaluces?”. La pregunta obsesiva, repetida durante centenares de versos, crea un efecto de angustia creciente que culmina en catarsis.

Su relación con España es compleja y contradictoria. Por un lado, está profundamente enraizado en la tradición cultural española: escribe sobre la estepa manchega de Cervantes, sobre batallas olvidadas del imperio español, sobre paisajes de olivos y almazaras. Por otro lado, es crítico con el olvido histórico y la amnesia cultural que percibe en la España contemporánea. “Lezo en Cartagena”, su poema sobre la defensa heroica de Cartagena de Indias en 1741, rescata un episodio borrado de la memoria colectiva. No es propaganda patriótica sino duelo: llora lo que fue y ya no es.

También hay en su obra una sensibilidad de género notable. “Fábula de Dulcinea” relee el mito cervantino desde la perspectiva de Aldonza Lorenzo, la labradora que nunca supo que fue idealizada como Dulcinea. Turrado de la Fuente muestra el sufrimiento de la mujer real invisible bajo el mito literario. Aldonza no quiere ser musa; quiere ser vista, amada, reconocida en su humanidad. Es una relectura feminista sin anacronismo: Aldonza habla desde su tiempo histórico pero denuncia una opresión que sigue vigente.

En el panorama de la poesía española contemporánea, Turrado de la Fuente ocupa un lugar singular y solitario. No pertenece a ninguna corriente, no tiene discípulos, no lidera ningún movimiento. Es un francotirador que dispara desde la tradición contra el presentismo cultural. Su apuesta es arriesgada: ¿existe aún un público dispuesto a invertir horas en leer poemas de quinientos versos con referencias a Héspere y Caravaggio? Su respuesta es: no importa. La poesía no es democracia de masas sino conversación entre espíritus afines separados por siglos.

Escribe despacio, con rigor artesanal. Puede pasarse meses puliendo un solo poema, buscando la palabra exacta, ajustando un acento para que el verso respire correctamente. Dice que la métrica es como el esqueleto del cuerpo: invisible pero fundamental. Si falla, todo se derrumba. Por eso no perdona ni una sílaba de más, ni una rima forzada, ni un hipérbaton arbitrario. Cada decisión formal debe estar justificada expresivamente.

Sus influencias son evidentes: Lope de Vega (por la facilidad narrativa en romance), Góngora (por la densidad metafórica), Quevedo (por el conceptismo filosófico), Lorca (por la fusión de tradición popular y vanguardia culta), Alberti (por la recuperación juguetona de formas clásicas), Cernuda (por la exploración del deseo imposible). Pero Turrado de la Fuente no imita; sintetiza. Su voz es reconocible precisamente porque ha asimilado todas esas influencias hasta hacerlas propias.

A diferencia de muchos poetas contemporáneos que escriben sobre lo cotidiano y urbano —bares, cines, amores de ciudad—, Turrado de la Fuente habita exclusivamente el registro elevado. No hay poemas sobre el supermercado o el metro. Todo es mito, historia, tragedia. Esto puede percibirse como elitismo, pero también como coherencia estética: cree que la poesía no debe reflejar la vida ordinaria sino transfigurarla, elevarla, mostrar lo extraordinario oculto en lo ordinario.

Juguetes Líricos confirma lo que ya se intuía en sus publicaciones anteriores: estamos ante un poeta mayor, en el sentido más estricto del término. Mayor no por edad sino por ambición, por rigor, por capacidad de conmover usando formas que parecían exhaustas. Su apuesta es que la tradición no es museo sino manantial vivo del que seguir bebiendo. Que el soneto endecasílabo puede decir cosas urgentes sobre el presente. Que el romance octosílabo puede narrar tragedias contemporáneas.

José Carlos Turrado de la Fuente sabe que su poesía no será masiva, que no aparecerá en listas de bestsellers, que no se convertirá en fenómeno viral. Pero también sabe que dentro de cincuenta años, cuando la moda literaria actual sea polvo olvidado, sus versos seguirán sonando en algún oído dispuesto a escuchar. Porque están escritos en la lengua de Lope y Lorca. Porque resisten.

Y esa resistencia —esa negativa a simplificar, a bajar el nivel, a hacer concesiones al mercado— es quizá su mayor acto poético. En tiempos de ruido y fragmentación, ofrece silencio y arquitectura. En tiempos de amnesia cultural, ofrece memoria. En tiempos de cinismo, ofrece belleza.

Como aquel niño de ocho años que memorizaba romances sin entenderlos, José Carlos Turrado de la Fuente sigue escuchando esa música secreta que otros han olvidado. Y la transcribe, verso a verso, con la paciencia del artesano que sabe que la obra verdadera no se mide en likes sino en permanencia.

 

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