Poesía del libro SENTIR SUPERIOR de SANTIAGO GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ. El escritor nos da una muestra tras publicar un libro.
Poesía del libro SENTIR SUPERIOR de SANTIAGO GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ El poeta nos da una muestra tras publicar un libro.
Poesía del libro SENTIR SUPERIOR de SANTIAGO GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ El autor nos da una muestra tras publicar un libro.
Poesía del libro SENTIR SUPERIOR de SANTIAGO GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ El autor nos da una muestra tras publicar un libro.
Poesía del libro SENTIR SUPERIOR de SANTIAGO GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ El autor nos da una muestra tras publicar un libro.
Cayendo al subsuelo
Canto una caída constante que ha llevado mi ser al subsuelo.
Me ocupa observar el vuelo del ave y su cambio de ritmo y su descenso repentino; y su relación con mi alma cayendo.
Me ocupa observar esos brazos de árbol muerto y saber por qué, una vez fallece, sigue estando ahí y nunca se pudre; y su relación con mi alma ausente.
Me preocupa saber por qué sé que es una nube eso que se esconde en la colina y que nunca habría dicho que es una nube si no es porque sé que es una nube.
Me ocupa ese sentir debajo de la profundidad de un río.
Me ocupa el olvido y la imprecisión de los objetos, son como figuras bajo la luna, pero sin luna, abriéndose paso imposible, la luz ahora está condenada.
Me ocupa este caminar, suspendido, por el aire de los túneles bajo tierra.
Me esfuerzo por no hacer poesía, para expresar en cambio la sensación de un poeta.
Por caminos subterráneos busco qué me une con los seres que me encuentro.
Me hacen ver que algo me une a ellos, un sentir de ojos. Cuando están abriéndose, aprovecho el momento y su visión adopto.
No entiendo qué luz puede ser esta, penetrante en la oscuridad subterránea. El sol no está y, sin embargo, parece que me alumbra aquí abajo, formando raíces hechas de su fuego.
Por debajo de la tierra levantan la cara para verme esos seres del subsuelo.
Sus imágenes, ¿son derrame de otros seres?
Otras veces parecen tener forma de musa; o de esos dioses necesarios para la creación del verso.
Otras veces descienden con expresión de mueca o de dolorida cicatriz.
¿O son imaginaciones de ese mundo que necesito de ultratumba? ¿He descendido hasta aquí para mediar entre dos mundos?
Veo estos seres como borrosos rumores de brisas, o como ritmos plantados en los caminos marcando mis pasos mientras avanzo.
Parecen espigas que quisieran salir a la superficie, de donde yo vengo.
Avanzo, suspendido en el aire del subsuelo, sin saber si los dejo atrás.
No; se mantienen fieles junto a mí esas criaturas que encarnan burlas y tormentos, envalentonadas solo porque nunca es nada seguro ni verdadero.
Camino incrédulo como quien quiere acudir a una llamada posiblemente falsa pero poderosamente atrayente. O así quiero entender la señal del instante que ilumina el vaguear de los muertos.
No sé si imagino incluso caminar.
Lejos de huir de su discurso tenebroso, profundizo en eso que me une a los fantasmas del subsuelo.
Me comunico con ellos por puras sensaciones que compartimos, eso nos une.
Ahora que los he descubierto, entre la calma y el infierno que me invade, no sé qué hacer, veo que son solo sensaciones dispersas.
Me miran, con sus voces solo me miran, o eso siento.
Porque solo me vale, como guía, aquello que siento, por eso estoy en el subsuelo.
Que todo es una mirada mientras yo viajo caminando, puede ser que sea lo que siento; y me vale.
Una sensación de querer oírlos más cerca hasta tener(los) entre los dedos, a esos seres de pasos de luz trémula.
Verlos frente a mí, sentándose en este mismo aire suspendido, mío, me hace estar donde quiero estar, inmóvil, ante ellos.
Pero entonces temo de alguna manera caer en la locura de esos rostros.
Querría por un momento mentir y decir, por eso, que no deseo estar entre los seres del subsuelo, mientras camino bajo la eterna noche.
Yo, amante espectador del agua cristalina, me uno a ellos a través de momentos lóbregos porque me atrae su sentir, esta forma común de sentir que nos une.
Me alegro de haber encontrado un lugar al fin, en el más fosco subsuelo.
Para afianzar que no es un sueño este sentir, ni irreal esta vida en lo más hondo, dejo de soñar.
Tan solo tengo su destello y su oscuridad, sus labios de sabor a mar. Eso evocan, al menos, en maldición aparente.
Buscaré el sitio donde se esconda su respuesta.
A solas los contemplo, de momento nos unen solo imágenes en silencio, que son las sensaciones en el interior del ser.
En las afueras del ser rige la razón, en cambio, buscando conciliar todos estos vientos —sobre y bajo tierra— que se contradicen entre sí.
Busco qué me une con estos seres sin los cuales no me entiendo. Busco el hilo conductor entre sus sensaciones y las mías, como si fuera el método más seguro para saber cómo se explica este sentir de vivir dentro de un subsuelo.
Solo así seré capaz de tocar su carne así sentado, suspendido, en los caminos que me conducen a ellos oyendo sus dichas y sus lamentos.
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Luis XIV da a conocer las sensaciones que tuvo
Una cosa es contar las cosas que hice y las razones que me asistieron como gobernante y otra diferente expresar aquello que yo sentí.
Esto último querría contarte, Lully, contarte mis sensaciones, que es al final lo que cuenta.
Las sensaciones que tuve cuando, como rey, salí al escenario danzando divino, o cuando actuaba como un sol.
En parte sentía que eran sensaciones con algo de ficción, en parte de verdad, representando y encarnando principios del arte y de gobierno.
Y te pediré que tú después las expreses de un modo más poético. Sí, que expreses lo que yo sentí. Porque tú eres capaz de ello y esta es en definitiva tu función, propiamente artista, artista para mí y al mismo tiempo para ti, sabiendo dar ahora con aquello que yo sentía, sabiendo en forma de poesía expresar (mejor que yo) mis propias sensaciones.
Sí, las contarás después, después de que yo actúe. Cuéntalas aunque sea —inevitablemente— desde tu propia perspectiva intentando que sea la mía.
Quiero sentir en tus palabras mis propias sensaciones y que todo el mundo pueda, a través de tu poderoso discurso, sentirse en un mundo superior durante ese momento que dure la lectura de las palabras que compongan tu escrito.
Porque lo singular de mi reinado no estuvo en las guerras, y pérdidas o anexiones territoriales, propias de todo monarca de mi tiempo, sino en torno a la relación entre arte y gobierno.
Mis sensaciones saliendo al escenario, apasionado por la danza, fueron más allá de un gusto de un rey por la danza o por el arte. Más bien, se confundía el arte con la realidad misma. Mi propia forma de ser era en parte artística. Quise la ficción a propósito, al mismo tiempo que convertir el arte en algo real y que sus principios consiguieran impregnar el diseño social y las propias acciones de gobierno. Quise que aquel tuviera un valor genuino. Mis sensaciones fueron las de una persona llamada a dar esa significación viva a la cultura. Para eso, esta tenía que estar instalada en el poder; el poder del Estado para que, a través de mí, la cultura pudiera ser tal.
Y todo esto sentía, entre la realidad y la ficción, para que fuera todo ello verdad. Que el gusto lo definiera yo, esa era la forma de que pudiera darse el arte propiamente, con sentido y altura. Es preciso dar cauce a estos principios a través del poder.
Estas eran mis sensaciones, mezcla de arte y gobierno, dando vida a un Estado de la cultura que entonces alcanza sentido, cuando impregna la sociedad a través de la acción de gobierno.
Y cuando yo danzaba, sentía todo esto; y era por eso que yo salía al escenario. El arte mismo, a través de mí, fluía y se hacía cierto influyendo en la realidad misma. Y esas sensaciones en parte tenía yo también gobernando.
Tú, Lully, mejor que nadie, sabes más que yo, de todo esto. Estas fueron mis sensaciones interpretando el papel del sol en el Ballet de la Nuit, del que fuiste autor, como Sol o Dios Apolo, Dios de las Artes y dispensador de todas las gracias. O en mis representaciones como rey y artista en las bodas de Peleo y Tetis.
Tenía la sensación de que el arte solo consigue ser tal, cuando desde el gobierno se hace posible, para que sus principios impregnen la realidad social y sea así verdadero. Aquel informa de en qué medida han de representarse los problemas humanos. La gente tiene derecho a exigir o no algo, siempre que no quede vacío de contenido un cierto espacio para un arte vivo. Arte y gobierno vienen a ser representación de lo mismo: el sol. El sol es el Estado y es el arte fundidos para que este pueda ser propiamente lo que es.
Se entiende así también mi, tantas veces comentado, despertar, a modo de Febo, con carácter público, rodeado de gentes que me vestían solicitando mis favores. O estas eran mis sensaciones también en mis paseos como astro por los jardines o habitaciones de Versalles, cuando contemplaba mis representaciones, o cuando paseaba perseguido de una comitiva, sobre todo de músicos, entre ellos tú, cuando impregnábamos de música el rudo ambiente natural, o cuando veía mis atributos divinos (los laureles, la lira y el trípode) o los retratos y los emblemas reales (la doble L, la corona real, el cetro y la mano de justicia), o cuando me encontraba en el Salón de Apolo, mi estancia de gala.
Me explicaré de otra forma ahora, antes de tú des mejor expresión poética a estas sensaciones:
—En principio, siempre, en todo momento y lugar, la música, provoca una determinada sensación de elevación y grandeza. La música que uno escucha aporta una sensación en cuanto tal de superioridad, porque nos eleva hacia un mundo transcendente y cierto conforme a sus reglas propias.
—En segundo lugar, en mi caso esa sensación interior poderosa, inherente a toda música, se vio aumentada por la especial compenetración con un determinado estilo, el cual te debo, y del que en cierta manera me siento partícipe, de modo que la sensación es aún más real e intensa, si cabe, en sus concretos contenidos. Mis sensaciones quedaron impregnadas de toda esa riqueza musical, de esos ritmos vivos y de las mezclas entre recitativo y aria. Esas sensaciones tenían una realidad propia innegable. Y uno espera tenerlas después en la vida social de alguna manera.
—Ahora bien, se sumaba a lo anterior el hecho de la danza: se trataba de un ejercicio físico, que se añadía al placer intelectual o estético; mis sensaciones se hacían así todavía más intensas. Y esa intensidad del arte me hacía sentir en el fondo más poderoso.
—Sumando todo ello, entre lo real y lo ficticio, sentía lo absoluto y me sentía de algún modo contactando con lo divino otorgándolo un cauce de expresión.
—La ficción pasó a ser entonces un complemento de lo más real. En ese momento las posibles extravagancias hacían más vivo el más puro arte, al mismo tiempo que fortalecían mis sensaciones como rey e impregnaban asimismo de algún modo la realidad social, consiguiendo que los principios del arte fueran realidad.
Apolo, portador de la belleza, hacía esta posible. El poder contactaba con esa magia de la música haciéndola verdadera y dotándola de sentido. Tenía la sensación de contactar con la belleza siendo parte de un mundo superior. Nunca tuve la sensación de que todo esto fuera del todo verdad, pero sí de que hacía de la ficción parte del mundo verdadero, sirviendo este de expresión de todo arte. Este ayudó también a fortalecer mi poder y mi poder sirvió para fortalecer aquel. Fue útil para ahuyentar poderes adversos, en especial la nobleza, como bien se sabe, que amenazó mi gobierno sobre todo al comienzo de mi reinado. No instrumentalicé el arte, sino que, este, sirviéndome, sirvió a sus fines. En tanto en cuanto festejó al poder absoluto se festejó a sí mismo. Sentí pues ser Dios con sentido musical y real, en el sentido expuesto. La teatralidad, hecha a propósito, es una forma de entender el mundo como ficción; venciendo sobre la naturaleza también, por supuesto.
Tengo la sensación de que, atribuirme la posibilidad de definir el gusto de la ópera, o de que tú llegaras (a través de mí) a monopolizar el posible estilo del momento, fue la manera en que el arte pudo darse.
Mis sensaciones bailando como Apolo fueron las de un ser regidor de los destinos de un pueblo, sirviendo (a través de mí) la ficción para mejorar los gobiernos.
Podrá haber, en el futuro, modelos sociales acaso mejores, en otros sentidos, pero no en cuanto a cultura y arte. Quiero decir que, si el pueblo define la cultura, el gusto no podrá ser el mismo y este proyecto intelectual no podrá ser tal. Se conseguirá un disfrute más general de las obras artísticas, pero no se generará arte, sino productos que reflejarán otras realidades. Dirán aquellos que es el suyo el momento del arte, libre y de todos, pero este estará desplazado de su lugar propio, sin poder ni fuerza. Primarán otros valores, a la hora del diseño social, y aquel será representación de estos últimos. Dirá ser él, pero será otra cosa diferente. Vivirán del pasado, que es mi legado.
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Sensaciones en el momento de morir: me he enfrentado con la espada, a doce almagristas que han entrado en mi casa.
Una de las espadas me ha perforado la garganta.
Voy cayendo al suelo.
Como por efecto de tal impacto, una antorcha ilumina mi mente. Ilumina miles de cosas dentro de una estancia, que en unos segundos desaparecerán para siempre, pero que ahora soy capaz de visualizar —una a una— en tan solo un segundo de tiempo.
En este amargo trance todo discurre a una velocidad vertiginosa de camino hacia la muerte.
Observo mi vida ahora discurrir tan rápido como el recorrido de un disparo. Y, al mismo tiempo, veo a cámara lenta todo lo que me ha acompañado.
No sé si son imágenes o sensaciones o una mezcla de las dos cosas.
Persiste el dolor fuerte en la garganta. Siento en mi organismo la falta de oxígeno. Los pulmones casi no pueden respirar más.
Y entonces esa luz es un instante y, al mismo tiempo, es una eternidad de momentos, que me acompañan en abstracto y en concreto.
En este último adiós mi cerebro se pone en marcha y produce alucinaciones.
En unos minutos me iré poniendo pálido, frío, rígido y mis extremidades inflexibles.
Agonizo hacia la muerte cayendo al suelo.
Me da tiempo a sentir el absurdo de este final que me tenía reservado el destino: después de tantos avatares y batallas, donde pudo haberse mostrado lógica y consecuente la muerte, siento así ahora un final que pudo además haberse evitado.
Pude haber evitado este desenlace, con tal de haber tomado alguna mínima cautela, o si hubiera ajusticiado en su día a mis actuales asesinos como merecían. ¿Puede ser la muerte tan injusta?
Siento el aliento, malvado y pérfido, que me trasmiten mis asesinos; siento su sentir de fracaso y cómo lo proyectan sobre mi persona.
Y voy escribiendo una cruz en el suelo con mi sangre.
En estos instantes que me quedan, la vida parece más poderosa que nunca, porque me golpea en mi mente mostrándome —en tan solo unos segundos— todos los sucesos que la componen.
De anhelar algo ahora, sería una rápida confesión.
Y, en paralelo a las sensaciones de estar muriendo, como realidad del momento, se sucede (en estos mismos segundos) la irrealidad de los sueños.
A modo de relámpagos sobreviene un puñado no sé si de imágenes o de visiones, sueños o sensaciones.
Y me hacen de alguna forma sonreír por dentro. Es como si, con abrir súbitamente un libro, toda una biografía quedara leída al instante. Es como si con tal de abrir un frasco de perfume pudiera traducir en un determinado olor todos los hechos del pasado…
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