Poesía del libro ¿ALMA Y CORAZÓN? de LUIS MAYOR NAVARRO. El escritor nos da una muestra tras publicar un libro.

Poesía del libro ¿ALMA Y CORAZÓN? de LUIS MAYOR NAVARRO El poeta nos da una muestra tras publicar un libro.

Poesía del libro ¿ALMA Y CORAZÓN? de LUIS MAYOR NAVARRO El autor nos da una muestra tras publicar un libro.

Poesía del libro ¿ALMA Y CORAZÓN? de LUIS MAYOR NAVARRO El autor nos da una muestra tras publicar un libro.

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AL VINO

 

Dentro del profundo latir, en la oscuridad escondida, desoladamente busca el sustento… En sí misma… La vida… Inocentemente incauta se desencadena y no importa en qué parte y gira. En su caminar incesante, lento y plácido descubre en el sabor su ansia del capricho, el miedo a lo desconocido, por ver el cielo, su gozo en desmedida.

Fuerte se desliza clavando su espíritu en el aire que respira, y fuera de la tierra, el sol… Y de sus hojas son el abanico donde hace del viento su sonido. Cogiéndose por doquier que alcance, engorda sus ramas y de alegría…

Hermosos globos le nacen desde sus entrañas. Unos rojos… Otros verdes… De noble espíritu hispánico… Germinado de entre las matas, cepas llamadas, al hombre entrega su fruto, embeleso de gusto y excelente requisito…

De quién… Entre luces contra el fino vidrio, sabe en su color verlas, bamboleantes en su mano sostenerlas… Con sutileza de sus aromas… Olerlas… Con firmeza entre sus labios y en su final paladar… de la viña, el vino, lo más exquisito.

 

 

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DURO INVIERNO

 

Cerrados sobre sí mismos se acercan los días en tropel sobre su propio cambio, dejando pasar el tiempo que no llega. Raudos acuden y envueltos en prendas de refugio, temen lo que llegue en tiempo breve, pero sus penas y glorias guardan a buen recaudo sin llanto. Se marchitan las hojas de los caducos ante la llegada del blanco manto.

 

Recogen y miran por doquier que nada quede de la señora que llega a su merced, pues destruye con solo una noche de ventisca inmensa e intenso frío. Solamente los lobos permanecen afuera, nadie más ahí mora. Cántaros y lecheras se esfuerzan por esconder bajo techo seguro, la ropa recogida y las plantas techadas bajo el inmenso estrellado que se funde con la sombra de las montañas que la puesta de sol dirige, esperando ser cubiertas de nubes blancas.

 

Las casas se abastecen de leña para el gracioso fuego que en la caída de la noche alegrará las sombras de la estancia, mientras los pequeñuelos atizan ramitas chicas bajo las miradas atentas de los mayores. Juegan emulando vanas glorias de grandes hombres que dejaron la historia, quemando las tristes mentiras en el alborozo del chisporroteo de los quejicosos troncos, que con la quema del sarmiento, en su desconocimiento representan el infierno más fatuo que nadie antes admirara. Cualquier cosa para arder les lleva a la memoria de sus cuadernos rescatar, hojas, cartillas y cartones, mil papeles inválidos… que encontrar. ¡Ni que fuera la noche de San Juan! Embelesados por la danza infame de las llamas quedan en vilo de las mismas dejando las horas muertas pasar.

 

 

 

Detienen las horas a la espera del mañana blanco, mientras los copos empiezan en las ramas a enraizar. Y para el próximo despunte los críos despreocupados sueñan con sus juegos en la nieve efectuar, mientras adultos y viejos del lugar solo desean que no se haga eterno el frío del crudo… Y duro invierno.

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MI AMADA TIERRA

 

Nunca, atravesando los años prescindir pude de aquello que siempre admiré. Desde que nací junto a mí, inseparables siempre estuvieron, de mis juegos y espectaculares vanidades soportaron y en gran silencio sus quejas a veces, las pocas, gritaron.

 

De la mar su arena y de las afiladas y cortantes rocas costeras que al sol guardan la sal que les caracteriza, de los cálidos atardeceres y de los matojos que crecían en las dunas, fieles testigos fueron. Sin embargo la velocidad no fue un impedimento tedioso para sus andanzas, así como tampoco la desollada lentitud del tiempo no fue un suplicio innegable por el esfuerzo de la insuperable y espesa quietud.

 

Las aguas frías entablaban una sensación de diálogo inimaginable de puro hielo, con rojizos ardores que clamaban calidez, que de las rojas piedras ardientes de suelos calientes mascaban las sensaciones profusamente candentes, desagradables de placer e insuficientes, empero de daño causantes. Historias que se cuentan en calladas conversaciones que siempre conmigo mantienen, historias que aún en mi contrariedad manifiesta tienen, historias que en su principio no contaron, no conocían, no sabían… Historias que entre mis manos dejaban en mi niñez y que besaba en ansia con juegos, historias que con el devenir del tiempo y el crecimiento, perdidas se marchitaron lenta y cariñosamente.

 

Caminos y valles, praderas y montes de cientos, profundidades de cuarentenas y alturas de miles, junto a mí recorrieron en la senda de la vida; atravesando la naturaleza perdida que nos sostiene imperceptible en mi narrar.

 

Pocas veces me hablaron de sus quejas, en ello tuve suerte inmensa, pocas veces sollozaron tras largos días de sendas agotadas… Y cuando así lo hicieron sus quejas ante los remedios calmaron. Me supera en mi alegría su gran destreza y su oculta belleza. Que afirmo que jamás me abandonaron y echado en ninguna parte me dejaron. Con tesón y fortaleza me sostuvieron guardándome mis queridos pies… Sobre la que nunca hierra, mi amada Tierra.

 

 

 

 

 

 

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YA ME QUEDA POCO

 

Paseando junto a la mar, no importa ni cuándo ni en dónde… En el libre suspiro en cada vaivén de cada ola, que en la parte que le toca, ejerce el poder de la reiteración incólume de volver a hablar, cuando en la orilla suavemente se rompe el alma. Me hipnotizan constantemente si en ellas fijo mi triste mirada. Me asombra la sencillez y la pulcritud de su esbozo en el abanico que despliegan intentando recoger en su alborozo la arena a donde llegan. El tormentoso ruidillo de la quietud del silencio se rompe en el arrastre de las troceadas conchas, que en su muerte construyen la vida arenosa, refugio de pequeños seres que en su interior habitan, son aquellos a los que la luz molesta cuando alguien hurgando en el interior de su ambiente les abre el escondrijo.

 

El tiempo acecha, insolente sin detenerse a pensar en mí ni un momento, que su paso me entristece; me es pesante el caminar del mismo paso. Siento que como la luz se esconde cada día, cada día mengua mi persona, la razón, el pensamiento, la ligereza se queda obsoleta. Como las olas arrastran, en su retirada a mí también me remolcan hacia el origen de la vida. Es un pesar constante que cada vez me llama  más y más fuerte, es como si de mí tiraran abrazando mis manos las ondas del agua.

 

Cada vez tengo menos tiempo y sin embargo alguien me dice que el tiempo sigue siendo igual, que el reloj, los relojes, la música sigue teniendo el mismo compás, sin embargo ya no tengo, ya no me queda recurso alguno, se está acabando y paulatinamente es una sinalefa lo que pretendo y no consigo, hallarme en este séquito infame de la incertidumbre que me exaspera.

Los ríos siguen fluyendo, el viento acecha, la lluvia nos riega y mientras tanto no encuentro recambio en mi corazón, todo lo que he amado se me quedará agazapado, todo lo que he querido lo tendré por perdido, todo aquello que tengo… ¿Para qué lo quiero? Me ofusca el devenir de las jornadas, el calendario se me hace inmenso, los números a pedazos se me caen, las hojas nunca pesaron tanto; pasar una, semeja como descargar un saco grande; ello me cuesta. ¿Por qué tanto? ¿Quizá sea la conciencia la que me recarga, o quizá el hecho de mi vida casi acabada? No sé… No acierto en lo ignoto ni en lo que supongo ni en el desconcierto.

 

Por el contrario… El horizonte me impone, el cielo me engrandece, el viento me embelesa, las lágrimas que las nubes lloran el alma me inundan y aunque haya amado con el espíritu del corazón y del sentimiento y aunque aún Fe retengo, no tengo miedo de Ella tampoco, aunque cierto es que en este padecer y triste mundo… Ya me queda poco.

 

 

 

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AL BLANCO

 

Las ásperas manos que en los surcos siembran honradas simientes, de sol a sol trabajan. En ellas esparcen la fresca agua para que inunden sus entrañas. Tras el justo pasar, los pájaros no sin recelo admiran las nacientes y gruesas parras que ensombrecen aquellas viejas nacientes. Y los hombres en sus espaldas acogen verdes granos que en cestas de mimbres cuales pequeños retoños son acunados. Aún colgados y de sus racimos unidos.

 

Esperan henchidas barricas los sollozos de su propia madera cuando la prensada se cierne sobre la madera. El tiempo no cesa en su paso por la oscuridad de las sombrías cavas que guardan bajo las tenues candilejas que a nuestro paso desfiguran las sombras y las hacen bailar, cuidando el interno seno del amarillento, verdoso y dorado vino que por ende es mal llamado blanco.

 

 

 

 

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Poesía del libro ¿ALMA Y CORAZÓN? de LUIS MAYOR NAVARRO. El escritor nos da una muestra tras publicar un libro.

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Poesía del libro ¿ALMA Y CORAZÓN? de LUIS MAYOR NAVARRO El autor nos da una muestra tras publicar un libro.

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