CINTA 1. CARA A

 

A la luz de la luna pensativa,

iba pensando qué habrá sido de ella,

hace mucho que no la veo

brillando en el cielo como una estrella.

 

Y qué habrá sido de él,

ese gordo y barbudo rufián,

el que huye del ser galán,

al cual deseo un futuro fatal.

 

No poco tiempo me reconcomió

la duda que tenía el destino para los dos,

tal vez pecaste y te trajeron carbón,

tal vez fui bueno y me trajeron a vos.

 

Pagarán justos por pecadores siempre,

pagó ella por culpa de ese lastre,

o quizá por culpa de su padre,

quien la obligó a casarse.

 

“El más rico del pueblo”,

“el más rico del condado”,

sin embargo, quién es más rico aquí,

quien tiene amor o quien es amado.

 

Razón he de darle

ya que de lujos se han lustrado,

ya que aún no tengo amor,

ya que aún no soy amado.

 

 

Pues eso cambiaría pronto,

cuando ella me encontrara,

cuando a hablarla me atreviera,

porque nunca me atreví.

 

Pero eso cambiaría pronto,

cuando a la luz del alba,

cuando este poema le diera,

porque nunca se lo di.

 

El vestido blanco ahora se oscurece,

el rojo del zapato se apaga,

una señora triste en un lujo,

un señor que la felicidad paga.

 

Cuando el lobo derrumbe la tercera casa

o la manzana sea mortal,

la historia de amor que tienen ellos

solo en ese entonces funcionará.

 

Mientras tanto llega un carruaje,

desde la casa de verano vino,

vine con entre los brazos un vino,

vino que terminé por beber.

 

Salió un tonel con patas

con una hermosa doncella,

ella estaba enferma,

y así comencé a saber.

 

Él la quería de verdad,

la cuidaba cuanto él podía,

pero a la vez que la quería,

ella aprendió a no querer.

Pues él es borde y desgraciado,

sin gracia ninguna,

con pico de mala madera,

con miedo a perder.

 

Y el miedo a perder,

quién es el rey sin su dama,

quién es la dama sin su rey,

el juego del ajedrez.

 

Y como en el tablero,

caben de dos colores dos reyes,

mas solo cabe un ganador,

si no quebrantas las leyes.

 

¿De qué estaría enferma?

Tal vez sea envenenada,

tal vez sea un resfriado,

tal vez sea mal de amores.

 

Fui rápido al palacio suyo,

preguntando por la princesa,

en la torre se encontraba presa,

como pez de un pescador.

 

Mirando mis zapatos marrones,

pisando suelo blanco,

volviendo a mi gris hogar con razones,

para no volver a ver un color.

 

Para no volver a tener una idea,

para no volver a escribir al amor,

para no volver a vivir una vida,

para no volver a oír un ruiseñor.

“Señor, perdóneme usted,

tiene algún dinero que darme,

no tengo padre, no tengo madre,

no se escribir, no se leer”.

 

Una muchacha pareciendo tuerta,

de nueve o diez se calza,

con parche negro, pirata,

como una fiera mansa.

 

“No tengo yo dinero que darle,

no tengo yo compañero que me acompañe,

no tengo yo a quién cuidar y amarle,

¿quiere ser usted mi amiga o ayudante?”

 

Afirmo con la cabeza,

me quitó la soledad,

venga ella a mi casa,

lléneme esta de paz.

 

No supe yo anterior,

cómo se sentía el mío ser,

quien soy nunca existió,

sentimiento de ninguna vida tener.

 

“No soy como tú crees,

no debo llevar esta cosa”,

se quitó el parche negro

y prescindió de su gorro rosa.

 

Dos joyas tenía,

dos chocolates entre pestañas,

uno con moho en una parte,

no se ha de descartar que sea esmeralda.

Según llegó a mi morada

se puso morada de pan,

según yo, estaba hambrienta,

y hambrienta de felicidad.

 

Dormilona, feliz y tímida un día,

al otro muda, gruñona y sabia,

de vez en cuando mocosa,

¿qué enanito sería?

 

 

Y en un de repente,

allí me encontré yo,

con ganas de amar y sin amor,

con una hija que no es mía.

 

CINTA 1. CARA A del libro UNA CANCIÓN de ADRIÁN LARGO MONTEAGUDO Clic para tuitear

 

 

CINTA 4. CARA B

 

El arruinado

buscó la ruina

a la joven

que prometía.

 

En todo lo que hacía

ella era buena,

pues de ella se enamoraban,

una pena.

 

Por fuera parecía cuidada

al pueblo la enseñaba tranquila,

mas tuvo que tomarse una tila

para pretender parecer amada.

 

El lobo con piel de cordero,

cero grados hacía entonces,

la supuesta reina de nieve

era prisionera del hielo.

 

Frío que el lobo soplaba,

sin derribar la casa de palacio,

sabía que le pertenecería

en un futuro lejano.

 

Llegó de nuevo con heridas,

curase yo, sanadas,

hadas de las mentiras

de las que no puedes sacar nada.

 

 

Era una velada

de luna llena

redonda,

brillante como una estrella.

 

Comenzó a tocar la niña,

comenzó a sonar canción,

canción que tristeza interpretaba

en la cara de mi bello amor.

 

Sonrisas necesitaba,

pasarlo bien no, mejor,

pues hace tiempo no lo hacía

pues eso yo suponía.

 

Moví un pie, dos,

moví un brazo, dos,

disfruté un segundo, dos,

solo a una invité a bailar.

 

Bailamos al compás de la noche,

nuestros cuerpos fundidos en un abrazo,

nuestras sonrisas en el aire

y nuestros corazones latiendo al unísono.

 

Las luces cálidas de la vela

y el canto de los grillos

nos pierden en esta escena.

 

Tú cerca, junto a mí,

tus manos entrelazadas con las mías

mi amor, el amor de tu vida

y yo aquí, la vida del tuyo.

 

Se hizo tarde,

ya no podía volver,

no permitiera yo

que el lobo la volviese a morder.

 

La ofrecí mi cama,

yo a la de la niña iría,

pero esta niña otros planes tenía.

 

“Quédese conmigo”,

insistió ella en un momento,

“duerma en mi habitación,

allí no sopla viento”.

 

Accedió a ello,

yo contento aun solo en mi rincón,

un rincón sin frío y caluroso,

un rincón como soy yo.

 

Amanecí temprano

y el desayuno pensé hacer,

hacer hice uno,

digno de palacete.

 

Para compartir entre tres,

para que se levanten dos,

para que la haga uno.

 

Se fue preocupada,

por la ira irá a su hogar,

a Thor y su martillo

ella no podía parar.

 

 

 

 

CINTA 4. CARA B del libro UNA CANCIÓN de ADRIÁN LARGO MONTEAGUDO Clic para tuitear