Los números robados

A menudo me entretengo en los silencios,

anidando en los números internos

que definen lo bello y virtuoso,

escondido entre telares de moralidades ajenas

que enturbian la mente con sus tintes pestilentes

y esconden horizontes a miradas inquietas,

asustadas por la libertad que tanto claman.

Ah, pero el cielo nocturno no entiende de cadenas

y el alma se me escapa del silencio,

cuando recostado entre harapos admiro las estrellas,

estandarte incuestionable de los mil placeres

que habitan la imaginación.

Es tal su singularidad,

que cada una brilla con cadencia propia,

cual corazones exaltados por el viaje,

inconscientes del esplendor alcanzado ante otros ojos

que en silencio se alimentan de valor robado

para algún día tratar de brillar un poco.

Gotas en la niebla

Las flores se marchitan,

víctimas del tiempo inexorable

que desatiende su larga espera,

su anhelo penetrante,

su risueño desaliento

que a nadie deja indiferente,

a nadie, salvo al ausente,

que parece serlo todo:

quimera engañosa,

utopía indescifrable,

fábula sin moraleja,

paciencia ineludible para contar los minutos,

gotas en la niebla que calan las raíces.

Lunático

La mente es un bosque sagrado:

claros soleados, lagunas misteriosas,

ramas retorcidas como aullidos,

humo en la colina prohibida,

orugas despistadas en el sendero…

Pero luego,

luego están las noches con luna,

donde los brillos de plata

dotan de magia a los colores

y las sombras parecen moverse

al son de un baile lento.

Al otro lado,

una silueta parece perderse entre los árboles.

Quizá vuelva a verla

con la próxima luz de Diana.

Rechazo

Viniste a mí desnudo,

con un yugo de palabras en los ojos.

Tus manos comprendían mi realidad

en que tantos curanderos de sal

acabaron en naufragio.

Mis labios te pensaban,

mis dedos te agarraban,

tu mente, condenada,

tembló por los rincones

cuando la piel te gritaba.

Viniste a mí sin armas ni oficio

buscando gloria sencilla

en la que acabar tus despojos.

Sin embargo,

me olvidaste antes de irte,

cercenaste tus palabras

y tus manos, ay, tus manos,

rotas, desgastadas,

proyectaron sombras en mi espada,

y tú,

como un pez arrojado,

olvidadizo y cansado,

me diste por perdido,

traicionando los vestigios

de un pasado

en el que ojalá

nunca me hubiese enamorado.

La ridícula espera

En el fondo aún esperas que regrese,

aunque te aferres a decirles a todos que ya no te importa.

En el fondo

sigues pensando que el sol se desvanece al caer la noche,

que las estrellas brillan por despecho

y que los sueños se acaban al despertar.

Que olvidaste aquellos puentes de madera

cuando la sangre, caliente y densa,

les hizo prender.

Cuántos fosos quedaron atrás…

Quizá pienses que todo se desvaneció en la oscuridad,

y no te das cuenta

que la luz de las llamas te atrae a su funesta danza.

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