Grieta en el corazón
Cuando uno está tan unido a una persona, que literalmente podrían ser una, al separarse se dividen en mil cachitos, mil cachitos de corazón.
Cuando dos personas se aman comparten corazón, el cuerpo se acostumbra a su figura y no se imagina que le pueda faltar nunca. Cuando los mil pedazos estallan, la primera reacción del cuerpo es no asimilarlo, te ha caído un jarrón de agua fría y no sabías ni por donde te venía. Luego uno se arrodilla e intenta volver a juntar los pedazos con sus lágrimas, tratar de arreglarlo de cualquier manera. Luego poco a poco, el cuerpo se va relajando, a su falta se va amoldando, pero por dentro está tan hueco, que con nada podrá ser relleno. No hay hambre, no hay sueño, no hay ganas de comenzar un nuevo vuelo, no hay fuerza para ningún duelo. Por la cabeza solo asoma el recuerdo, recuerdo doloroso, escamoso, que añora el retorno.
A ello le sigue rehacer la vida, volver a encontrar tu sitio como solista y aflorar tu sonrisa por ti misma. Toca volver a conocerse a uno, volver a vivir sin sentir el nudo que provoca su falta, y redirigir el camino hacia un destino único. Es entonces cuando abres los ojos y te das cuenta de que uno nace y muere solo, aunque por el camino se nos olvide y lo queramos compartir todo. Todo lo quisimos regalar a esa persona que ya no está, y ya no sé qué hacer con todo esto que se iba a dar, más que para mí y en mi beneficio todo guardar.
Por último, solo queda mirar atrás y ver que aquellos recuerdos que tanto dolían ahora en tu rostro solo provocan una sonrisa, ha desaparecido la amarga lágrima. Aun así, siempre asoma algo de melancolía al recordar lo bonitos que fueron aquellos días, pues un pedacito de los miles siempre quedará unido, en su sitio.