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BARRANCO COMO CRONOTOPO: ESPACIO Y MEMORIA EN LA POESÍA DE MIGUEL TORRES MORALES

Olivares Tomás, Ana María. «BARRANCO COMO CRONOTOPO: ESPACIO Y MEMORIA EN LA POESÍA DE MIGUEL TORRES MORALES». Zenodo, 19 de octubre de 2025. https://doi.org/10.5281/zenodo.17391975

 

BARRANCO COMO CRONOTOPO: ESPACIO Y MEMORIA EN LA POESÍA DE MIGUEL TORRES MORALES

Monografía Académica

Universidad de Bonn / Editorial Poesía eres tú, 2025

Resumen

El distrito limeño de Barranco funciona en la poesía de Miguel Torres Morales no como mero escenario geográfico sino como cronotopo en el sentido bajtiniano: espacio donde convergen múltiples temporalidades, donde la infancia del poeta coexiste con el pasado colonial, el presente del exilio y el futuro mítico. Esta monografía analiza cómo elementos específicos —el puente de los Suspiros, las casas de madera, los acantilados, la garúa— funcionan como símbolos recurrentes que anclan la memoria poética en sensaciones corporales específicas, convirtiendo a Barranco en espacio mítico que existe más plenamente en el verso que en la realidad empírica.

Introducción: Barranco como patria interior

Miguel Torres Morales vive en Alemania desde 1994, pero escribe obsesivamente sobre Barranco, distrito bohemio de Lima donde transcurrió su infancia y juventud. Esta distancia geográfica no debilita sino que intensifica la presencia del lugar en su poesía: Barranco se vuelve patria interior, espacio mítico que el exiliado reconstruye verso a verso desde la memoria. El Barranco de Torres Morales no es el Barranco turístico contemporáneo sino un Barranco compuesto, palimpsesto donde se superponen el distrito de los años 70-80 (su infancia), el Barranco colonial del siglo XVIII (época de la Gazeta de Lima), y el Barranco mítico que nunca existió pero que la poesía hace real.

Marco teórico: el cronotopo de Bajtín

Mijaíl Bajtín acuñó el concepto de “cronotopo” (del griego chronos, tiempo, y topos, lugar) para analizar cómo en la literatura ciertos espacios condensan múltiples temporalidades. El cronotopo no es mero escenario sino nudo donde se entrelazan hilos argumentales, donde el tiempo adquiere carne y se vuelve artísticamente visible, donde el espacio se carga de sentidos temporales. Barranco funciona en Torres Morales como cronotopo perfecto: espacio geográfico concreto (distrito limeño al sur de Lima) que contiene simultáneamente pasado colonial, infancia personal, presente del exilio y futuro escatológico donde todos los tiempos convergen.

El Barranco histórico: fundación y transformación

El poema “Fundación de Barranco” establece el origen mítico del distrito:

“El arroyo Hilacha murmura por la actual Bajada / formando una cascada sonorosa”

Este arroyo que ya no existe (hoy la Bajada de Baños es calle asfaltada) funciona como elemento fundacional. El agua que corre es tiempo que fluye, memoria líquida que conecta presente con pasado. Torres Morales sitúa la fundación en época indefinida donde Lima crece “con mil carpinteros tall

ando madera”, “mansiones con techo y balcones”, “el agua discurre por largos canales”. Esta descripción fusiona elementos coloniales (carpinteros, canales) con nostalgia por arquitectura perdida (casas de madera demolidas en los años 90).

Las casas de madera: arquitectura como memoria

Las casas de madera barranqueñas son símbolo recurrente de un Perú perdido. En “Barranco Perdido” pregunta: “Por qué se me abarrancan las imgenes mudas / que fundan cristales, en ayeres con algas, / muelles rojos allende?”. Las casas son “imgenes mudas” porque ya no pueden hablar: fueron demolidas, reemplazadas por edificios de concreto. Los “muelles rojos” sugieren arquitectura de madera pintada de rojo, típica del Barranco de principios del siglo XX.

En “En La Avenida Pardo y Aliaga” describe: “dos viejos lamos contenan con su follaje el alto bullicio. /  An se ve la puerta que tallara viejo Ddalo en Arequipa”. La referencia a Dédalo (arquitecto griego del laberinto) eleva la carpintería barranqueña a arte mítico. Las puertas talladas en Arequipa (ciudad conocida por su carpintería) y transportadas a Barranco son fragmentos de un Per artesanal destruido por modernización salvaje.

En “En El Parque Lezama Lima” menciona: “las casas retocadas se levantan, como siempre, / al costado de los muros de adobe golgoteable”. El adobe (material de construcción precolonial) “golgoteable” (que se derrumba como el Gólgota, monte de la crucifixión) metaforiza la destrucción de arquitectura tradicional como crucifixión cultural.

El puente de los Suspiros: umbral entre mundos

Aunque no nombrado explícitamente en todos los poemas, el puente está implícito en referencias constantes a “puentes”, “suspiros”, “bajadas”. En “Persecución de la Ninfa del Barranco” escribe: “te miro, muchacha, te anhelo y te pierdo / por calle de puente y oscuro”. El puente es espacio liminal donde ocurren encuentros y pérdidas amorosas. La muchacha que escapa por el puente es Euridice moderna que el poeta Orfeo persigue sin alcanzar.

En “Carmen” menciona: “Te estuvo esperando el Destino en Angamos, / y t lo mandaste al desvo”. Angamos es calle paralela al puente de los Suspiros. El destino espera en umbrales, en puentes, en lugares de tránsito donde se toman decisiones irreversibles. La mujer que rechaza al amor en el puente comete error existencial del que no podrá recuperarse.

El puente funciona como umbral entre mundos: arriba (el Barranco urbano, civilizado), abajo (la playa, el mar, lo salvaje). Cruzar el puente es cruzar frontera ontológica entre vida cotidiana y vida mítica. Por eso el puente se llama “de los Suspiros”: suspiro es inhalación dolorosa, reconocimiento de pérdida, nostalgia física inscrita en respiración misma.

Los acantilados: borde del mundo

Barranco está construido sobre acantilados que caen al Pacífico. Esta geografía vertical determina la poética de Torres Morales: el acantilado es borde del mundo, precipicio existencial, lugar donde todo termina. En “Pasaje Catalina Recavarren” describe: “Domingo ante el acantilado cortaviento / lucha el eucalipto con amor, se incorpora, suspira, / se sujeta para no rodar, ladera abajo, de dolor”.

El eucalipto que lucha contra el viento para no caer al precipicio es metáfora del poeta que resiste el olvido. El árbol “se sujeta” voluntariamente a la tierra barranqueña sabiendo que el viento (tiempo) eventualmente lo derribará. Esta resistencia heroica contra destino inevitable define la condición barranqueña: saber que todo se perderá pero aferrarse de todos modos.

En “Barranco Perdido” pregunta: “ansia, pura candela sin su llama visible, / dulce rada ocupada, caminante en las olas”. La “rada” (bahía donde anclan barcos) es el mar visto desde el acantilado. Barranco es puerto sin barcos, rada ocupada sólo por ausencias, por fantasmas de lo que fue.

La garúa: tiempo atmosférico como tiempo histórico

La garúa (llovizna persistente de Lima) es el fenómeno meteorológico que define la sensibilidad barranqueña. No es lluvia torrencial sino humedad constante que cala sin empapar, que penetra huesos sin mojar piel. En “Inmensidad” escribe: “En el fondo la vida es una eterna garúa”. La garúa no es metáfora de la vida sino su esencia misma: humedad persistente, gris continuo, tristeza sin drama.

En “Alberto Eduardo” describe al maestro como quien “vive en la bruma que trasciende / desde el fondo del Barranco vivo”. La bruma no viene de arriba (cielo) sino “del fondo”, sugiriendo que surge del suelo mismo, de la tierra barranqueña, como si el distrito exhalara melancol\u00eda como vapor.

La garúa determina también el color dominante del poemario: gris. No hay azules mediterráneos ni amarillos tropicales sino grises atlánticos, colores apagados, tonalidades intermedias. En “Frente al Mar” describe a la mujer amada: “eran una bruma adolescente sus cabellos”. Los cabellos no son negros sino bruma, vapor, humedad que se condensa y se disipa. Esta estetización de lo gris es específicamente barranqueña: Lima no tiene el esplendor cromático del Cuzco andino ni el verde caribeño sino el gris melancólico del Pacífico Sur.

El mar: frontera con la eternidad

El Pacífico visto desde Barranco es frontera con lo eterno, espacio sin historia donde el tiempo se anula. En “Los Baños de Chorrillos” escribe: “marinero del tiempo, un alcatraz / que vuela con los sueos campaneros”. El mar cancela el tiempo: el poeta es “marinero del tiempo” que navega temporalidad misma. El alcatraz (ave marina) vuela “con sueos” porque el mar es espacio onírico donde realidad empírica se suspende.

En “Persecución de la Ninfa del Barranco” termina: “me tiendo en la línea, muchacha tan Daphne, / me tiendo a esperar que la muerte me llegue, / muy pronto me llegue en tranvía”. La línea del tren (que conectaba Lima con Chorrillos) es umbral mortal. Tenderse en la línea esperando la muerte es entregarse al mar, dejarse llevar por olas del olvido.

Pasajes y calles: topografía de la memoria

Torres Morales nombra obsesivamente calles específicas: Pasaje El Aromito, Calle Junn, Avenida Pedro de Osma, Pasaje Catalina Recavarren, Alameda Sur. Esta topografía detallada no es descripción realista sino mapa emocional donde cada calle porta memoria específica. En “Pasaje El Aromito” el nombre mismo de la calle (arbolito aromático) sugiere olor vegetal perdido. En “Calle Junn” describe: “Sube la carlista bruma, toma, castaa! / El cielo calla, combatiente, a medianoche”. La bruma “carlista” (partidaria del pretendiente Carlos al trono español) personifica la neblina como ejército que invade Barranco cada noche.

En “Domingo en la Avenida Pedro de Osma” narra encuentro con vasco que lo contrata para barrer calle. Este episodio autobiográfico (Torres Morales barriendo calles para ganar dinero en su juventud) ancla la mitología barranqueña en experiencia concreta: el poeta no idealiza el distrito sino que recuerda también humillaciones económicas, trabajos precarios, pobreza digna.

Temporalidades superpuestas: el Barranco colonial

Torres Morales no sólo recuerda el Barranco de su infancia sino que inventa un Barranco colonial del siglo XVIII poblado por personajes ficticios o históricos. En “Fundación” describe la construcción de Lima virreinal donde “gobiernan sus fueros los mansos virreyes”. Este Barranco colonial es simultáneamente histórico (existió) e inventado (Torres Morales lo reconstruye ficticiamente).

La estrategia de presentar poemas como textos “reconcebidos” de la Gazeta de Lima permite superponer Barranco contemporáneo con Barranco virreinal. El lector no sabe si “Encomenderos” describe conquistadores del siglo XVI o empresarios contemporáneos que siguen expoliando el Perú. Esta ambigüedad temporal es deliberada: Torres Morales sugiere que Barranco contiene toda la historia peruana, que caminando por sus calles se cruzan simultáneamente tiempos diferentes.

Personajes barranqueños: galería de fantasmas

Barranco está poblado por figuras que son simultáneamente personas reales y arquetipos. “Alberto Eduardo” es maestro venerado que “vive en la bruma que trasciende / desde el fondo del Barranco vivo”. Este maestro (Alberto Eduardo Pérez, probablemente) es Sócrates barranqueño que enseña mediante diálogo, que “pon el pecho al puño del invierno”, que resiste estoicamente adversidades.

En “Vicente Vencedor de Lágrimas” aparece otro maestro: “sus manos pecosas me envuelven el cuello”. Las manos pecosas son detalle táctil que ancla memoria en sensación física: el niño siente todavía, décadas después desde Alemania, esas manos protectoras rodeando su cuello.

En “Carlunos Acabares” homenajea al “olvidado fundador del Patronato de Conservación de Barranco, en 1988”. Este personaje (cuyo nombre sugiere Carlos + algún apellido) luchó por preservar arquitectura barranqueña contra especulación inmobiliaria. Su derrota es derrota cultural: Barranco fue parcialmente demolido en los años 90 para construir edificios.

La nostalgia productiva: Barranco como utopía retrospectiva

El Barranco de Torres Morales es utopía retrospectiva: lugar perfecto situado en pasado irrecuperable. Esta nostalgia no es paralizante sino productiva: genera cientos de poemas, sostiene identidad del exiliado, permite resistir olvido. En “Barranco Perdido” pregunta: “T dime cul será mi puente suspirado”. El puente “suspirado” es puente deseado, puente que sólo existe en suspiro, en exhalación nostálgica.

Esta nostalgia es física, corporal, inscrita en sensaciones: olor a jazmín, humedad de garúa en piel, sabor salado del mar, sonido de olas rompiendo contra acantilados. Torres Morales no recuerda ideas sobre Barranco sino sensaciones específicas que su cuerpo alemán sigue sintiendo fantasmalmente.

Conclusión: Barranco como cronotopo perfecto

Barranco funciona en la poesía de Miguel Torres Morales como cronotopo bajtiniano perfecto: espacio donde convergen múltiples temporalidades (colonial, republicano, infancia personal, presente del exilio), donde la geografía se carga de sentidos simbólicos (acantilados como precipicio existencial, garúa como melancolía atmosférica, mar como frontera con eternidad), y donde la memoria poética construye patria interior más real que cualquier patria empírica.

Este Barranco mítico trasciende el distrito geográfico concreto para volverse arquetipo de lugar perdido, paraíso retrospectivo, espacio utópico situado en pasado irrecuperable. Pero paradójicamente, este Barranco existe más plenamente en el verso que en la realidad: el Barranco contemporáneo (turístico, gentrificado, lleno de bares y restaurantes) ha traicionado su esencia, mientras el Barranco de Torres Morales preserva arquitectura demolida, maestros muertos, amores frustrados, calles que ya no existen.

El exilio en Alemania no destruyó sino que perfeccionó esta mitología: la distancia geográfica permitió que Barranco se volviera absoluto, liberado de contingencias empíricas, existiendo sólo en memoria y verso. Torres Morales escribe Barranco desde Alemania como Ovidio escribió Roma desde el exilio en el Mar Negro: con nostalgia que transforma pérdida en creación, ausencia en presencia poética perpetua.

Bibliografía

Torres Morales, Miguel Alfonso. Leyendas Peruanas. Madrid: Editorial Poesía eres tú, 2025.

Bajtín, Mijaíl. “Las formas del tiempo y del cronotopo en la novela”. En Teoría y estética de la novela. Madrid: Taurus, 1989.

 

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