
Título: LEYENDAS PERUANAS
Autor: MIGUEL TORRES MORALES
Año de Publicación: 2025
Editorial: Poesía eres tú
ISBN-13: 979-13-87806-12-5
PVP: 20 Euros (IVA Incluido).
Págs. 214
RESEÑA:
Miguel Torres Morales nos ofrece en esta singular obra poética una travesía íntima por la geografía física y espiritual del Perú. A través de cinco fascículos que recrean la estructura de las antiguas publicaciones coloniales, el autor teje un tapiz lírico donde confluyen la memoria histórica, el paisaje urbano contemporáneo y la reflexión existencial.
Desde las calles de Barranco hasta las alturas andinas, desde los héroes de la Independencia hasta los personajes anónimos de la Lima actual, estos poemas construyen una cartografía emocional que trasciende lo meramente descriptivo para adentrarse en las profundidades del alma nacional. Con una voz que dialoga tanto con la tradición clásica como con la sensibilidad moderna, Torres Morales rescata del olvido historias, lugares y nombres que conforman la identidad peruana.
La obra se presenta como un homenaje a la palabra escrita y a la capacidad de la poesía para preservar la memoria colectiva. Cada fascículo despliega una red de referencias culturales, históricas y personales que invitan al lector a redescubrir su propio territorio interior. Es, en definitiva, un libro que celebra la permanencia de lo poético frente al paso inexorable del tiempo.
Una obra imprescindible para quienes buscan en la literatura no solo el placer estético, sino también el reconocimiento de las raíces profundas que nos constituyen como pueblo y como individuos.
PRIMERAS PÁGINAS















































ANÁLISIS DE TÉCNICAS LITERARIAS EN “LEYENDAS PERUANAS” DE MIGUEL TORRES MORALES
Metáforas sensoriales que transforman lo abstracto en experiencia corporal
Miguel Torres Morales construye su universo poético mediante metáforas que apelan constantemente a los cinco sentidos, transformando emociones y conceptos abstractos en imágenes táctiles, visuales, gustativas, olfativas y auditivas. En el poema dedicado a su maestro Alberto Eduardo, escribe: “eres un roble de cristal, una paloma que suelta, con trinar, la primavera”. Aquí el autor fusiona lo vegetal con lo mineral y lo animal, creando una sinestesia donde la solidez del roble se vuelve translúcida como cristal y el trinar de la paloma libera una estación completa. La abstracción del carácter de un maestro se materializa en elementos naturales que podemos ver, tocar y escuchar simultáneamente.
En “Fusilamiento de Mariano Melgar”, la metáfora sensorial alcanza su máxima potencia cuando el poeta dice: “mi tacto te imagina suave piel”. El verso que debería ser acariciado se convierte en piel de la amada ausente, fusionando el acto de escribir con el acto erótico de tocar un cuerpo. La palabra escrita adquiere temperatura, textura, corporalidad. Esta técnica enriquece la experiencia poética porque ancla lo abstracto en lo concreto: el amor no es concepto sino piel, la poesía no es idea sino tacto.
Otra metáfora sensorial extraordinaria aparece en “Vicente Vencedor de Lágrimas”: “Oigo tu voz azul de madrugada”. La sinestesia fusiona el sentido auditivo con el visual mediante un color específico que además porta connotaciones de melancolía, frialdad, amanecer. El lector no sólo escucha sino que ve y siente la temperatura de esa voz. En “Pampa de Amancaes”, el poeta escribe: “Corra el pisco como el agua”, donde el licor se vuelve líquido transparente, borrando fronteras entre lo sagrado del agua y lo profano del alcohol, entre la sed literal y la sed metafórica de olvido.
La corporalidad del lenguaje poético es intensa en versos como “sus manos pecosas me envuelven el cuello” donde el recuerdo táctil de las manos maternas se materializa con un detalle visual específico: las pecas. O en “tus labios saben a fresa”, donde el sentido del gusto convierte el beso en fruta comestible. Estas metáforas sensoriales aportan profundidad al texto porque evitan la vaguedad conceptual: cada emoción se ancla en una sensación física verificable, haciendo que el lector no sólo comprenda intelectualmente sino que experimente corporalmente lo narrado.
Anáforas y enumeraciones que generan ritmo hipnótico y acumulación emotiva
La anáfora es recurso recurrente en Torres Morales, generando musicalidad enfática y amplificando la intensidad emocional mediante la repetición. En “Fundación de Barranco”, el poeta construye una de las anáforas más memorables del libro: “Oh calle, oh plaza, oh templo, oh amada que te pierdes en una casa de madera”. La repetición del “oh” crea un efecto litúrgico, como si el poeta estuviera rezando o invocando al barrio perdido. Cada “oh” funciona como una ola que golpea la conciencia del lector, acumulando nostalgia hasta volverla insoportable. El ritmo generado es el del llanto contenido, el de la respiración entrecortada del exiliado que enumera lo que perdió.
En el poema “Pachacámac”, la divinidad precolombina se presenta mediante anáfora que construye su identidad múltiple: “Yo soy el Brazo Poderoso que os circunda… yo soy la espuma que se enturbia en la albufera… yo soy la espuma, el Alma del Agua”. La repetición de “yo soy” imita las declaraciones divinas bíblicas (“Yo soy el que soy”), pero aplicadas a una deidad andina. El efecto rítmico es acumulativo: cada “yo soy” añade un atributo hasta construir una imagen total y abrumadora del dios. El lector siente la inmensidad de Pachacámac no por descripción estática sino por acumulación dinámica de identidades superpuestas.
Las enumeraciones generan efectos de saturación sensorial y temporal. En “Pampa de Amancaes”, Torres Morales escribe: “iban doctores fichos, tinterillos lustres, curas sin sotana, arzobispos sin palio buscando el buen colmar del refocile”. La enumeración de personajes sociales diversos crea un efecto de multitud, de feria popular donde se mezclan todas las clases y estamentos. El ritmo es vertiginoso, replicando el tumulto de la celebración. Cada término añadido no es redundante sino que aporta un matiz nuevo: del doctor al tinterillo, del cura al arzobispo, todos despojados de sus símbolos de autoridad (lustres sin lustre, curas sin sotana, arzobispos sin palio), todos igualados por la sed de pisco y refocile.
En “Encomenderos”, la anáfora política adquiere tono de denuncia: “oh dólar de silencio, oh billete en el sepulcro, oh viejos mentirosos, oh buitres del engaño”. La repetición del “oh” ya no es elegíaca sino acusatoria. El ritmo se acelera con cada “oh” hasta volverse martilleo que golpea a los expoliadores del Perú. El efecto emocional es de indignación acumulativa que no encuentra salida sino en la repetición obsesiva.
Otra anáfora poderosa aparece en el poema dedicado a su hermano Miguel: “pasan tantas cosas sobre uno… Pasan tantas cosas sobre uno”. La repetición con variante mínima crea efecto de peso temporal acumulativo. El lector siente literalmente cómo “pasan las cosas” sobre el cuerpo del poeta como si fueran piedras que lo entierran vivo. El ritmo es lento, pesado, replicando el paso del tiempo inexorable.
Diálogos poéticos y voces múltiples que dinamizan y humanizan
Aunque Torres Morales no emplea el diálogo directo en sentido teatral, construye diálogos implícitos mediante la apelación constante a un “tú” que puede ser la amada, el hermano, el maestro, el lector o el propio verso. En “Nuestros Dos Garcilasos Conversan”, el poeta establece un diálogo entre él y el Inca Garcilaso de la Vega a través de los siglos: “T siempre me dirás, sin arrogancia, / que tú sabías el final desde el principio”. El intercambio entre ambos Garcilasos (el poeta renacentista y el poeta contemporáneo) crea una polifonía temporal donde pasado y presente dialogan sobre el amor no correspondido. El efecto es de profundidad psicológica: el poeta no está solo en su dolor sino acompañado por todos los poetas que lo precedieron.
En “Arte Poética 1”, Torres Morales establece un diálogo directo con sus lectores: “No entiendo por qué me preguntan y por qué yo a veces me pregunto cuándo una frase se convierte en verso”. El tono es confesional, casi conversacional, rompiendo la distancia entre poeta y lector. El autor responde preguntas que nadie formuló explícitamente pero que están implícitas en todo acto de lectura poética. Este diálogo invisible dinamiza el texto porque el lector se siente interpelado directamente, obligado a responder mentalmente.
El monólogo interior aparece con fuerza en “Frente al Mar”, donde el poeta dialoga consigo mismo sobre una mujer que lo rechazó: “Hice algo mal? Los adioses no son casualidad, frutos del error, del engaño, pero más del desengaño”. La pregunta retórica dirigida a sí mismo crea intimidad psicológica. El lector asiste al proceso mental del poeta tratando de comprender qué falló, y esa cercanía genera empatía inmediata.
En “Fusilamiento de Mariano Melgar”, el diálogo es múltiple: el poeta habla con su verso (“Ay, verso mío, para qué melificarte”), con Silvia ausente (“No lo diré por mí, querida Silvia”), consigo mismo (“¿Queda algo ya?”) y con los soldados del pelotón (“y puedo reconocer a Pinto, a Valdivieso, acongojados”). Esta polifonía interna crea dramatismo extremo: no hay un solo hablante sino múltiples voces superpuestas en la mente del condenado a muerte.
El recurso del apóstrofe (dirigirse a entidades ausentes o abstractas como si estuvieran presentes) funciona como diálogo unilateral que dinamiza el texto. En “Oh, Pampa de Amancaes, olvidada feria del pueblo”, el poeta interpela directamente al espacio geográfico como si pudiera escucharlo. Este recurso aporta cercanía emocional porque humaniza lo inanimado, estableciendo una relación “yo-tú” donde debería haber sólo descripción objetiva de un lugar.
Reflexión final: la arquitectura emocional de una voz única
La combinación de estas tres técnicas literarias —metáforas sensoriales, anáforas-enumeraciones y diálogos poéticos— construye la voz inconfundible de Miguel Torres Morales. Su poesía no es conceptual sino corporal, no es monológica sino polifónica, no es descriptiva sino acumulativa. Las metáforas sensoriales anclan cada abstracción en experiencia física verificable, evitando la vaguedad que suele plagar la poesía contemporánea. Las anáforas y enumeraciones generan ritmos hipnóticos que replican estados emocionales: el llanto contenido del exiliado, la indignación martilleante del denunciante, la acumulación temporal del que siente pasar la vida sobre su cuerpo. Los diálogos implícitos y apóstrofes rompen la soledad del hablante lírico, poblando el texto de voces múltiples que dialogan a través del tiempo y el espacio.
El impacto en la lectura es doble: por un lado, exige trabajo activo del lector que debe desentrañar referencias culturales, seguir el ritmo complejo, identificar los interlocutores invisibles. Por otro lado, recompensa ese trabajo con una experiencia de inmersión total donde el lector no sólo entiende intelectualmente sino que experimenta corporalmente la nostalgia, la indignación, el amor frustrado, el peso del tiempo. Torres Morales construye una poesía que resiste la lectura superficial pero que se entrega generosamente a quien acepta su código: el exceso verbal no es gratuito sino necesario para contener la inmensidad de lo que se quiere decir. Y esa inmensidad no puede expresarse mediante economía verbal sino sólo mediante acumulación, repetición, saturación sensorial. El poeta escribe como quien construye una catedral barroca: cada ornamento tiene función estructural, cada exceso esconde necesidad profunda.













