Puesta de sol (I)
Te derramas en el mar. Frente a mí. Luz de mi último suspiro.
Un hombre camina ciego por la orilla.
El perro corre, sin entender.
La luz deja paso a la noche, aunque no se ven las estrellas.
Es verdad que se ve el cielo y la luna asciende sin prisa.
Sangre creciente que enciende los últimos sueños de la tarde.
Aún existe la esperanza: el hombre ciego quizá pueda ver.
No hay luz más fuerte que la de este poema.
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Invierno
En este invierno sin piel, sin huesos, sin nieve que ver.
Sin palabra.
Sin voz.
Solo con este poema.
Escribiendo mi soledad.
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Hipócritas
¡No maldigas más!
¡No desfallezcas!
El problema no eres tú.
El problema son los otros.
Mientras abres tu corazón,
te cercenan las arterias y beben tu sangre.
¡Ellos no sufren!
Bailan como vampiros bajo la melodía de una luna negra.
Y se esconden, como putas románticas, en las aceras.
Para entonces no decir nada.
Y pasar desapercibidos, mientras tú mueres, antes que tus entrañas.
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Invisible
Agazapado en tu banco. Solo con un litro que calma la sed de tu alma.
Nadie repara en ti. Y eso te duele.
Ser invisible es tu destino.
La plaza en la que descansas es un cuadro que nadie mira.
Hay lágrimas en tu rostro. Y una arruga eterna cuyo surco no compadece ni al corazón más débil.
Y tú que siempre has buscado rosas en el corazón de los que amas, siempre te han dado espinas.
Para que soportes el dolor y la indiferencia de una sociedad que ni a sí misma se soporta.
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Voz cobarde
Hay una voz que calla y unos ojos que no miran el sufrimiento del que sufre.
Una voz injusta que no condena el asesinato de la mujer, del hombre, del emigrante, del refugiado. Una voz invisible a la muerte del ser humano. Y esa voz es una voz furtiva.
Se esconde en la luz tenue de la noche y no es capaz de hablar.
Siempre agazapada tras el ocaso.
No se atreve a mirar al pájaro que canta en la rama, cuando las flores crecen tiernas en los días luminosos del mes de Mayo.
Una voz inerte que se olvida del lamento de las piedras que desaparecen rápido como las hojas que caen de los árboles cuando el mes se llama Noviembre y es amarillo. Es una voz temerosa de transformarse, de hablar.
Esta voz sigue asustada por el miedo fabricado por unos cuantos que nos dominan. Esta voz es también, nuestra voz, atrapada en el corazón. Y se retuerce en el pecho, ahogada, esperando un impulso para salir.
Es una voz, que es ciertamente tuya, silenciosa, angustiada, por no poder gritar y levantar los ojos.
Pero llegará el día y la voz muda se convertirá en Esperanza.
Y será una voz viva y declamará libre y su eco será tan veloz como el ave que vuela.
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Maldita guerra
La guerra existe porque el hombre la ha inventado. No va a la guerra el hombre viejo. Este decide quedarse en su castillo de piedra y jugar a general.
Es entonces cuando llaman a los hombres jóvenes y todavía buenos. Y van a la batalla y comienzan a caer igual que caen las hojas de un árbol en un otoño triste y melancólico.
El hombre viejo, les habla de banderas, de soles dorados que nunca se apagan. Y otra vez el hombre joven e ingenuo se lo cree. Y va a la guerra y su misión se convierte para él en divina.
La guerra no es una palabra bella. Es sangre y martirio. Es vanidad y gloria para el hombre viejo. Bebe la sangre del hombre joven e ingenuo para postergar su poder y existencia.
Fuera las guerras y las banderas. Sigamos el dulce camino de la libertad, donde sí habrá soles dorados que se apagarán para renacer otro día.
Y brillarán cuando el hombre sepa escribir la palabra paz.
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Yo (I)
Los dientes a veces muerden manzanas.
Pero también existen dientes que cercenan el corazón; lo atraviesan sin fisuras, como la luz amarilla del otoño se confunde con el árbol.
Pero más terrible son las palabras que nunca dices por miedo al miedo, por no ser valiente y olvidar, pues no hay mayor enemigo del tiempo que el perdón.
Solo una palabra amable, un gesto, aunque no lo termines, curan igual que la luz fondea en el mar.
La tarde acaba de comenzar, no tengas prisa por leer este poema, déjalo que madure. No hay nada más bello que mirar la luna para enterrar las penas.
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