A UNA NOVICIA
Dulce virgen, mal ceñida,
de los ángeles amada,
para monja pergeñada
por los dedos del pudor…
Santa que la vida olvida,
perdón si un poeta lascivo
de tu boca al rojo vivo
manda un beso turbador.
En la divina torpeza
de tu traje y tu atavío,
haces del amor desvío
y desprecio del saber…
Toda es santa tu belleza;
pero son tus labios rojos
y en las ascuas de tus ojos
arde un mundo de placer.
En la gracia fresca y pura
de la almendra de tu cara
mi sed de amores repara
como en el manantial
hallado entre la espesura,
cuya linfa apetecida
en la noche de mi vida
tiene un encanto auroral.
Tú no sabes, felizmente,
lo que es sed en el camino.
Y yo soy el peregrino
que escuchó el agua correr.
¡Piensa si habrá quien me ataje
en buscarla con locura,
y, al hallarla fresca y pura,
si he de dejar de beber!