CANCIÓN PARA ELLA
Esta noche
he visto el amanecer
en el cuerpo de una mujer.
Por primera vez
he visto al aire
enredarse a mi cintura.
Esta noche
he sentido cómo tocabas
la luna de mis ojos
con tu deseo;
tus manos
han querido posarse
en las mejillas de este hombre,
porque hoy
forma parte de tu eternidad.
A mí, ya ves,
cuán difícil se me hace pensar
que esto pueda ser para nunca;
cuán difícil se me ha hecho dejarte marchar;
cuánto más difícil aún se me hace la soledad,
aquella que fuera mi más preciada amante
dormida en el tiempo,
compañera de horas eternas
y minutos agonizantes.
Esta noche, soledad,
por una mujer hecha sueño,
te odio.
Esta noche,
en el cuerpo de una mujer,
se han mecido los girasoles.
CANCIÓN PARA ELLA del libro DE LO VISCERAL A LA PIEL de MANUEL LOZANO FIGUEROA Compartir en X
SIN TI
Sin ti,
no sabe respirar la languidez del otoño,
la sonrisa tenue del anochecer,
la luminiscencia tras el alba,
las orquídeas,
ni sus lágrimas del atardecer.
Nada sabe respirar sin ti.
No respiran los cipreses,
ni el pequeño río de aguas cristalinas,
donde las piedras,
parecen nadar en tu búsqueda.
Sin ti,
la vida, escapa.
Pierde sentido el sueño
de amar en silencio.
Sin ti,
campa a sus anchas el olvido,
la desidia,
el sabor amargo
de la soledad profunda.
Tú,
invisible sentido de las cosas
y de la propia existencia.
Tú,
incomparable suspiro,
perfecto justificante de la locura,
recuerdo que abrasa,
lluvia sobre la tierra,
tierra sobre la semilla.
Tú,
juego imperecedero de las palabras,
pensamientos solitarios,
desesperación callada,
de párpados cerrados
tras un beso.
Tú,
amor de las trescientas sesenta y cinco noches,
de cada lustro y eterno,
tú.
SUEÑO DE UN ROMANCE EN CÁDIZ
El viento
peina los mares;
tú, peinas tus cabellos.
Él vive allí, en las aguas;
tú, donde el viento.
Luna de verde trigo,
luces de media luna,
mujer de carne morena,
carne caliente de hebra
sobre la arena desnuda.
¿Por qué se muere de amor?
Esta noche quiero entenderlo.
¿Por qué matar por un beso,
que se cae de unos labios
pa enredarse por un cuerpo?
Miradas que van y vienen,
miradas que envenenan,
miradas bordás de azucarillo y canela,
que dan vida, que matan,
que dan paz, que atormentan.
¡Ay, morena de esparto!
¡Ay, morena embaucadora!
Que no sé si me estás mirando
o me estás besando la boca;
que no sé si me das la vida
o me siembras de fatiga,
pa darme luego la gloria.
Déjame morena
poner mi mejilla sobre tu pecho;
déjame despertarlos,
cuando se estén abriendo,
meteré en ellos el alma
y abrazao a tu cintura
aunque no te lo diga,
sabrás que te estoy queriendo.
Que no es un juego de niños,
aunque como niños juguemos.
Quiero perder los estribos,
desbocarme en tus brazos,
olvidar lo prohibido.
Quiero perderme en tus ojos…
quiero perderme contigo;
perder por calles y plazas
la vergüenza y los sentíos.
Correr catedral arriba,
ver la mar en su seno,
ver a la gente distante
y al sol que se marcha lejos;
decirle que vuelva pronto,
y todo,
mientras la tarde adormece
y despiertan los luceros.
Se irán encendiendo las luces,
como si fueran de un cuento.
Paso a pasito,
iremos a revolcarnos por la arena;
con los cuerpos desnudos
haremos el amor.
Luego, nos contaremos mentiras,
de esas de tres al cuarto,
de las que alegran la vida,
de esas que no hacen daño.
Empapados en mar vieja,
haremos mil travesuras;
tú te olvidarás de la hora,
yo, de la hora y el día.
Después de haberme mirado
de esta forma y manera,
hablando en tono bajo,
confesarás que a mi lao
sientes una leve vergüenza.
¿Vergüenza de qué?
¿De la gente que nos ve?
¿De la gente que, para hacer lo que hacemos,
se escondería?
Yo doy la cara al aire;
pa qué más dictao
que el de mi propia conciencia.
Sigue mirando, niña,
haz de mí, Madroñera;
mátame a besos si así lo deseas,
hasta ver sangre en mi boca,
en mis labios,
en mi pechera.
No temas morena
a la gente que va como mensajera;
véannos pues,
retorcernos de amor
por las callejuelas.
Que nos miren de reojo,
que nos miren como quieran;
no hay na más miserable
que abandonar la propia vida
pa estar guardia en la ajena.
Sigue mirando niña,
sigue besando nena,
que rabien un rato,
mientras los pasos nos llevan
donde la dama de noche,
claveles y campanillas
se morderán el tallo y el cáliz,
turdidos por la envidia.
Desnuda tus pies, mujer,
que brille el suelo que pisas;
las campanas del Carmen
parece que ya replican.
Nos sentaremos en un banco,
mientras cantan las campanas;
se arrodillará el levante,
con planta de caballero,
vistiendo su noble gala,
el más bello atuendo,
el que embriaga,
las noches de Cái morena,
cuando el levante descansa;
las que invitan en Plaza Pinto
a mojarras y caballas,
remojaítas con vino tinto
o finillo de Chiclana.
¡Las noches de Cái, morena!
Las que endulzan y no empalagan,
y tó por un levantillo,
mitad señor, mitad diablillo,
cuando se viene a la calma.
Soñaremos, mi amor,
junto a las piedras de la Caleta;
se iluminará tu rostro
entre faroles de la Alameda,
entre la posá del mesón
y el Callejón de los Negros
recogiendo tu pelo,
te diré de todo aquello
que solo el silencio sabe.
Para ti se abrirán las puertas del mar,
se abrirán las cuevas de María,
se abrirán las cuevas
cuando apunte el nuevo día.
Al volver por la Viña,
buscando nuestras raíces,
se dejarán sentir las notas del tango
que alegre y risueño dice:
Pasea conmigo, morena,
que a morena olerán los balcones de geranio,
a morena olerán cañas y canastos;
cada piedra de San Félix
tornará en verde y blanco.
Las viñeras bordarán mantilla de seda,
pa que juegue con tu encanto.
Ante el lucero del alba,
la mañana será testigo,
testigo de tantos recuerdos,
que ya ves,
dispuesto a morir por la libertad,
ha sido mi voluntad
ser esclavo de tu cuerpo.
SUEÑO DE UN ROMANCE EN CÁDIZ del libro DE LO VISCERAL A LA PIEL de MANUEL LOZANO FIGUEROA Compartir en X
LA SOLEDAD
Austera en recuerdos,
parca en palabras,
de tenue memoria.
En ocasiones, dulce.
En ocasiones, amarga.
Verdugada en el mutismo del tormento,
en la excitación de la amada perdida,
espera contenida,
ironía de lo inesperado.
Dolor ahogado,
sin besos ni complicidad,
sin aparente final.
Golpe sin más,
tempestad sin lluvia,
sin viento,
sin destrozo visible.
Víctima de una teoría retorcida,
de un ego emocionalmente derruido,
de mirada perdida,
de instinto vegetativo sin causa.
No llores más, corazón.
Nadie te escucha.
Nadie siente la angustia como tú,
en tan cercana agonía.
Nadie,
ante el mutismo que estremece tu ser.
Nadie escucha el grito callado de tus lágrimas.
Nadie percibe el temblor de tus manos,
nadie siente el impulso intermitente
del aire en tu pecho.
Nadie empuja el tiempo inmóvil
de tu decadencia.
La vida te otorgó el beneplácito del pensamiento,
de las verdades sutiles.
La soledad te habló de ella
con su idolatría,
con su forma de entender las cosas.
Avanza,
camina en la creencia de paciencia,
de saber que todo tiene un final.
Que la sombra siempre camina tras la luz
y que esa luz, al igual que esa sombra, habita en ti.
LA SOLEDAD del libro DE LO VISCERAL A LA PIEL de MANUEL LOZANO FIGUEROA Compartir en X
PROHIBIDO VIVIR
Soñó donde nadie sueña.
Volvió a ver el viejo manto verde
de árboles milenarios.
La tierra, cómplice.
El sol rojizo ante el empuje
de la roja luna.
Por un momento sintió la sonrisa en sus labios,
sonrisa que tornó
en profundo llanto.
Los campos se vistieron de sangre,
atravesados por balas hermanas.
La esclavitud en las tierras,
a cambio de monedas falsas.
Niñas atormentadas por lujuria impune,
ancianos con frío en las tripas,
con frío en el alma.
No llegó a ser tristeza de calle oscurecida,
por la sombra que todo lo cubre,
en la agonía.
En la lejanía,
los árboles no son árboles:
son estacas torcidas,
ojos de lamento que apenas miran,
cuerpo al descubierto
bajo la lluvia de espinas.
La leche en sus senos
quedó adormecida.
El vástago, en sus brazos,
sin canción de cuna mecida.
Las aguas estrechas fueron
su última compañía.
La ley que no es de ley
es madera enmudecida,
donde el cuerpo se corrompe
y los gusanos germinan.
Soñó con la benevolencia
del blanco estirado;
mas los magos de Occidente
pasaron sin su regalo.
Y el cayuco lloró,
con amargo y negro llanto.
Volaban a su alrededor
nubes de fango y esparto.
PROHIBIDO VIVIR del libro DE LO VISCERAL A LA PIEL de MANUEL LOZANO FIGUEROA Compartir en X


