MANUEL LOZANO FIGUEROA: EL POETA QUE SE NIEGA A LLAMARSE POETA
“No me llamen poeta”, escribe Manuel Lozano Figueroa en el prólogo de su poemario De lo visceral a la piel. Y sin embargo, ahí está: escribiendo versos que tiemblan, que gritan, que acarician y denuncian con la misma intensidad. Es una paradoja que define perfectamente a este autor: alguien que rechaza las etiquetas pero asume completamente la responsabilidad de la palabra.
Manuel Lozano Figueroa es, según sus propias palabras, un “contador de pequeñas historias rimadas”. Prefiere esa definición a la solemnidad del título de poeta, quizá porque sabe que la grandilocuencia mata la honestidad. Y la honestidad es precisamente lo que atraviesa cada verso de su obra: una sinceridad sin filtros, una urgencia que convierte la emoción en lenguaje antes de que se pudra dentro del cuerpo.
Su primer poemario publicado, De lo visceral a la piel (Editorial Poesía eres tú, 2025), nace de esa necesidad visceral: “algo brota, algo que me preocupa, me seduce y enamora, me aterra, indigna o simplemente no puedo sostener dentro de mí”. No escribe por vocación literaria sino por imperativo vital. Y esa diferencia se nota en cada página.
Padre de Álvaro, a quien dedica el libro como “la persona más importante para mí”, Lozano Figueroa escribe desde la experiencia vivida, no desde la torre de marfil. Ha conocido el amor hasta la desnudez total, la pérdida que deja cicatrices, la indignación ante la injusticia que no puede callarse. Sus amigos no son personajes literarios sino personas reales: Manuel, el amigo que se marchó “sin licencia, con tu sonrisa pícara de niño grande”; Joaquín Carrillo, músico y hermano del alma; Titi Flores, bailaor flamenco cuyo arte arranca lágrimas.
Su vínculo con Andalucía no es postal turística sino geografía emocional. Cuando escribe sobre Cádiz —la Caleta, la Viña, el Callejón de los Negros— lo hace con el conocimiento de quien ha caminado esas calles, de quien ha sentido el levante en la piel y ha probado las mojarras en Plaza Pinto. Su poesía incorpora el habla andaluza sin impostarla, con la naturalidad de quien piensa en ese registro.
Pero Lozano Figueroa no es un poeta regionalista. Su mirada se expande desde lo local hasta lo universal, desde el cuerpo individual hasta el cuerpo social. Sus temas son tres y conviven sin separación artificial: el amor carnal celebrado sin pudor, la reflexión existencial sobre soledad y tiempo, y la denuncia política de las injusticias contemporáneas. Escribe sobre orgasmos y sobre migrantes ahogados en el mismo libro, con la misma urgencia, porque ambos son manifestaciones de la misma carne vulnerable.
Su compromiso social es inequívoco: “Mi voz no está en venta”, declara en uno de sus poemas más contundentes. No calla ante los “inhumanos guetos donde los humildes conviven entre desechos, ratas y basura”. No aparta la mirada cuando los cayucos se hunden en el Mediterráneo con sueños y cuerpos dentro. No silencia la violencia machista que convierte lunas en víctimas. Y lo hace sin dogmatismos ideológicos: su compromiso no es con un partido sino con la dignidad humana.
Como escritor, Lozano Figueroa apuesta por la claridad sin renunciar al lirismo. Sus metáforas son sensoriales, sus anáforas construyen ritmos hipnóticos, sus diálogos poéticos crean intimidad. Pero nunca sacrifica la comunicación en el altar del virtuosismo formal. Escribe para ser entendido, para conectar, para que sus palabras lleguen a quien las necesita. En tiempos donde cierta poesía parece dirigirse solo a especialistas, él recupera la función comunicativa del verso.
Su estilo bebe de múltiples fuentes: la poesía social de Miguel Hernández y Gabriel Celaya, la carnalidad sin culpa, el romancero y la copla andaluza, los palos flamencos que enumera como quien reza. Pero no imita: metaboliza esas influencias y las convierte en voz propia. Una voz que no se protege con ironía ni se esconde tras la ambigüedad. Una voz que asume el riesgo de decir “yo” y sostener la mirada.
Lo que no sabemos de él —y quizá sea lo menos importante— son los datos que suelen llenar las biografías oficiales: premios, formaciones académicas, currículums literarios. Lozano Figueroa no construye su autoridad desde las credenciales sino desde la autenticidad. No habla desde el prestigio institucional sino desde la experiencia desnuda. Y en un panorama literario a veces demasiado profesionalizado, esa decisión es también una forma de rebeldía.
Manuel Lozano Figueroa escribe como quien necesita respirar: sin pensar si lo que dice está bien visto, sin calcular si le abrirá puertas en círculos literarios, sin medir si su tono es el adecuado para la época. Escribe porque algo en las entrañas le exige manifestarse en la piel. Y esa necesidad, esa urgencia sin mediaciones, es lo que convierte sus versos en algo más que literatura: en testimonio de alguien que se niega a vivir de espaldas a la realidad.
“Ruego encarecidamente que no me llames poeta”, pide en su prólogo. Pero qué más da cómo lo llamemos. Lo importante es que está ahí, escribiendo, gritando, susurrando, celebrando y denunciando. Contando sus pequeñas historias rimadas como si en ellas nos fuera la vida. Porque quizá, en el fondo, nos va.
“De lo visceral a la piel” ya está disponible en Editorial Poesía eres tú.
MANUEL LOZANO FIGUEROA. Escritor, poeta. Compartir en X










