Voces en el silencio
Ayer salté sobre mis rascacielos,
donde yerguen siempre soberbios,
y después he volado muy alto,
hasta por fin hallar el sosiego.
Puertas ya abiertas se abrieron
en el país de las hadas;
entré y se detuvo el tiempo,
hadas y hados hacia mí vinieron
entonando cánticos de terciopelo,
voces de sirena.
¡Ohh! ¡Qué sones!
Pero ya se difuminan,
y sus cuerpos transparentes,
desaparecen.
¡No! ¡Por Dios, seguid cantando!
Quiero seguir soñando;
con vuestras rimas bañar mis tímpanos,
con vuestra luz apagar mi llanto.
De la bruma brotan sus brazos
ofreciéndome sus manos,
y desde la delgada línea del horizonte,
todavía parado, me saluda el tiempo.
Henchido está mi pecho por la levedad
de aires de libertad que emanan
de sutiles rincones bohemios,
de un pretérito imperfecto
y de un presente ideal,
sin duda, pasional y excelso.
Dicen que me parezco,
que soy como ellos,
que me aposente en su morada
y comparta sus risas y anhelos.
En el calor de mil abrazos me llevan
hasta un viejo sabio, amputado y marcado,
altivo en su desafío amargo,
cubierto de ninfas,
que cuando lloran, no son lágrimas de pena
sino minúsculas perlas de poesía
que alivian las heridas y mitigan el alma,
un regalo para el hada que salvó su vida.
Hoy he volado muy alto,
hasta el país de las hadas.
24 de Abril de 2018