- UN DÍA ACONTECIÓ…
De la sección I: Los comienzos del dolor
Un día aconteció…
que el diablo sopló sobre la mesa del justo
y las migas se hicieron cenizas.
Dios, que había permitido la prueba,
miró al hombre desde lejos; y en la tierra
las piedras aprendieron la lengua del lamento.
Ese día ardió Gaza.
Repitió el antiguo dolor.
Las calles fueron restos calcinados,
los nombres se volvieron humo,
y las cunas quedaron abiertas como bocas sin voz.
Palestina se cubrió de paños oscuros
y Gaza recordó su memoria de escombros.
Los poderosos, hinchados de sí mismos,
alzaron su autoridad como si fuera divina,
pero eran solo manos prestadas,
instrumentos del diablo que goza
cuando la inocencia es sacrificada.
Job se sentó en la ceniza y dijo:
“Mi herida es la herida de un pueblo,
mi llaga es la llaga de los niños”.
Y aun así, el cielo calló,
como si el silencio fuera parte de la apuesta.
La tierra, en cambio, habló:
cada grano de arena pronunció un nombre,
cada sombra señaló a un ausente.
Y el justo comprendió
que su historia y la de Gaza eran una sola
que comenzaba en el dolor
y buscaba a tientas el sentido.
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- GRITA AHORA…
De la sección II: La voz del lamento
Alza tu voz, Job, desde las ruinas de Gaza,
desde sus calles abiertas,
a los hogares convertidos en restos sin dueño.
Clama al aire, aunque no responda,
clama al cielo, aunque permanezca cerrado.
Que tu voz se mezcle con los gritos
de los padres que buscan a sus hijos
bajo los escombros,
con el llanto de las mujeres
que sostienen fotografías ennegrecidas,
con la respiración entrecortada
de los ancianos que ya no tienen techo.
El diablo escucha y se complace:
los poderosos han sido sus discípulos,
ellos sacrifican Gaza como si fuera ofrenda,
hacen de Palestina un altar de sangre,
y de los exiliados un desierto de huesos.
Job, alza tu voz hasta quebrarla,
aunque no haya respuesta inmediata,
porque si callas,
el silencio será victoria para el enemigo.
Que tu grito sea memoria,
que tu voz sea resistencia,
que tus palabras sean testimonio.
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- ¿TIENES TÚ OJOS DE CARNE?
De la sección III: La ausencia de respuesta
¿Tienes tú ojos de carne?
pregunta Job a Dios,
pregunta Gaza entre sus ruinas,
pregunta Palestina cada día que sangra.
Si tuvieras ojos de carne,
no permitirías que los niños fueran cifras,
no permitirías que las casas fueran tumbas,
no permitirías que el pan se mezclara con ceniza.
El diablo, en cambio,
sí mira con ojos de carne:
se deleita con la sangre,
se alimenta con el dolor,
se sacia con el sacrificio de los inocentes.
¿Tienes tú ojos de carne, Dios?
Si los tienes, mira.
Si no los tienes, escucha.
Porque la voz de Job y de Gaza
sube más alto que las bombas,
más alto que el rugido de los ejércitos,
más alto que la risa del diablo.
Si miras con ojos de carne,
no apartes tu mirada.
Llora con nosotros.
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MIRADME Y ESPANTAOS
De la sección VI: La visión y el espanto
Miradme y espantaos,
dice Job, cubierto de heridas.
Miradme, y veréis a Gaza,
miradme, y veréis a Palestina entera,
llagas abiertas en la historia de los hombres.
El espanto no está solo en mi carne,
está en los cuerpos esparcidos,
en las casas rotas,
en los gritos que no cesan.
Miradme y espantaos,
porque lo que hoy veis en mí
puede ser mañana vuestra herida.
El diablo no descansa,
y busca siempre nuevas víctimas,
nuevos pueblos que reducir a la miseria.
Miradme y espantaos,
no para huir,
sino para comprender.
Que mi carne desgarrada
sea espejo de vuestra conciencia,
que mi llaga sea advertencia,
que mi dolor os despierte.
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- SOY SEMEJANTE AL POLVO
De la sección VIII: La aflicción y la semilla
Soy semejante al resto calcinado,
dice Job, cubierto de heridas.
Soy semejante a Gaza,
reducida a ruinas y escombros.
Soy semejante a los muertos sin nombre,
a los exiliados sin casa,
a los huérfanos sin futuro.
El diablo cree que con cenizas
ha escrito el final.
Pero no sabe que la ceniza
es también semilla,
que el polvo guarda vida escondida,
que de lo roto puede nacer lo nuevo.
Soy semejante al resto calcinado,
y sin embargo respiro,
y sin embargo clamo,
y sin embargo espero.
El mundo podrá mirarme como despojo,
pero Dios me mira como testigo.
Y en mi voz, rota pero firme,
Palestina entera resucita.
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