1. Puericia
Ciego era el ayer en el que dormía,
la luna llena, la barriga medio vacía.
El reloj marcando las doce de la medianoche,
y en la mesa seguía el amargo racimo
al que el zorro un día no llegaba.
Eran blancas las sábanas,
en las que cien años dormían,
y en el mismo color de mis trenzas,
la puericia se enredaba.
Y como un cuadro sobre lienzo vida mía,
la blancura se adueñaba,
de la hojarasca de los días
que el vívido otoño desechaba.
A lo lejos del superfluo pensar,
se observaba el aberrante remolino,
viento cautivo de mis resentimientos
y a través del ventanal de la cellisca,
el viento se desquiciaba.
Puericia del libro SECANTES ENTRE EL EXILIO Y EL CONSUELO de HASNAE MESBAHI Share on X
XIII. Él
Él es de esas personas
que no acaban de resolver tus dudas,
simplemente es, porque es él,
el mismo problema.
Él es una caja fuerte
de imposible destruir,
pues no hay código aceptado
ni alarma de la que poder huir.
Y es él, del ladrón
nombre apropiado.
¿Qué roba?
Corazón que no es suyo,
corazón que no le es prestado.
Él es tan simple
y a la vez tan complicado,
un niño que no llora,
y un hombre que nunca aprende.
Él es de esos que,
pasan de no saber contar,
a contar con los dedos
sus propias mentiras.
Por regla general,
él no debería importarme,
pasando el no sumando
a la otra parte.
Pero como el diamante
solo se rasca con el
propio diamante,
¿Quién se rinde, el duro
o el valiente?
Él es quien se hipoteca
en el este de tu alma,
y enreda todo tipo de nidos
sin ningún tipo de interés.
Él es quien controla
las aspas del reloj,
o para no tener tiempo
o para no tenerte.
Él es de los que se van,
aun queriendo quedarse.
Es quien te cuelga una
flor en la oreja,
(viene), con dos verdades en la cara,
un adiós, y vuelve a irse.
Él es tan abstracto,
tres círculos, dos rayas…
y sobre todo una gran mancha,
que ni el propio pintor
entiende.
.
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XXXVII. Miedo cotidiano
Si pudiera volver a transitar aquellos caminos
en su época tan nuestros
sin temer morir entre tantos recuerdos
y no olvidar que un día fuimos y ahora tan solo soy.
Un ser solo, solitario, callado y dolido,
pues entre tantas dudas busco
de quién es la culpa y de quién es el perdón,
más bien de quién es este delirio
que nos tienen atados.
Le he puesto tanta leña a la suerte
para que aquello que nos une nunca se apague.
Mas mi hacer se apellida inconcebible,
pues es un hacer en vano y de locos
el intento de reinventar cenizas.
Ojalá entendieras,
que hay mucho más por hacer
por encima de las copas.
Que no todo es mejor a rienda suelta.
Que hay mucho más por encima
de vomitar recuerdos
y llorar valles de lágrimas
en el baño de los bares en los que
olvidas con quien has ido.
Ojalá entendieras, lo que significa
estar tan solo en una casa llena,
en medio del desorden de las emociones,
la confusión en el sentimiento,
el interrogatorio de los curiosos,
y esas tantas cosas que te vuelven loco.
Con el silencio no se dice nada.
Me decías…
Pues desconoces que la mayor verdad
es la que se cobija en la mirada.
Olvídate de mí, aunque no lo quieras(s),
te escribo.
Y a río revuelto vuelves…
Y me preguntas.
¿Qué es el exilio? Después de todo.
Y te digo que…
El exilio no es más que…
pesen más los motivos para huir
que para quedarse.
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XXXVIII. Exilio y consuelo
Y me preguntas,
¿Qué somos tú y yo?
Tú y yo,
no somos más que dos rectas secantes
entre el exilio y el consuelo.
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XVIII. Atónito el yo
Atónito el yo,
por las amarillentas letras
que quedaron en la melancolía,
de los tiempos del bendito ayer.
Pues es la mismísima utopía
la realidad bien vivida.
Atónito el yo,
que con un poco de disimulo
buscó su reflejo en mi pupila
con la memoria detenida,
en la cúspide de lo eterno.
Atónito el yo,
que cayó en el calor de la estufa y
en el frío del qué hacer.
Víctima de las circunstancias,
error del deber ser.
Atónito el yo,
que andaba en busca de una solución
para su corazón de estilo rayado.
Pues temblaron sus rodillas rendidas,
haciéndole caer en este verso.
Ese yo atónito, asombrado,
es el mismo que invadió mi calma,
y con su mano llena de rimas,
me llevó a perder la cabeza
en un mundo de inmortal poesía.
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