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GRUPO EDITORIAL PÉREZ-AYALAEdiciones Rilke

CARLOS BLANCO: EL POETA QUE PIENSA EL MUNDO CON LA CLARIDAD DE UN CIENTÍFICO Y LA PASIÓN DE UN MÍSTICO

Hay una anécdota que define a Carlos Blanco mejor que cualquier currículo académico: a los dos años ya leía, a los siete se fascinó con la arqueología, a los once fue admitido en la Asociación Española de Egiptología, y a los doce pronunció su primera conferencia pública en el Museo Egipcio de Barcelona. El periódico El Mundo lo proclamó entonces el egiptólogo más joven de Europa. Pero Carlos Blanco, nacido en Madrid en 1986, no era simplemente un niño prodigio con un cociente intelectual de 160. Era, ya desde entonces, alguien que habitaba simultáneamente en varios mundos: el de la razón rigurosa y el de la intuición poética, el de los jeroglíficos milenarios y el de las ecuaciones químicas, el del laboratorio y el de la biblioteca.

Hoy, casi cuatro décadas después, Carlos Alberto Blanco Pérez es doctor en filosofía por la UNED, doctor en teología por la Universidad de Navarra y licenciado en ciencias químicas —tres carreras que cursó simultáneamente y concluyó en 2007—. Profesor titular de filosofía en la Universidad Pontificia Comillas desde 2014, miembro de la World Academy of Art and Science desde 2015 y de la Academia Europea de Ciencias y Artes desde 2016, cofundador en 2012 de The Altius Society en Oxford, ha escrito más de treinta libros que abarcan desde la filosofía de la religión hasta la historia de la neurociencia, desde estudios sobre la apocalíptica judía hasta biografías de Leibniz y Copérnico.

Pero hay una faceta suya que los listados académicos no capturan: Carlos Blanco es también poeta.

En 2015 publicó Athanasius, poemario filosófico que aspiraba a “franquear las fronteras tradicionales entre géneros literarios para vislumbrar un horizonte, el de la universalidad, tan subyugante como recóndito”. En 2018 editó Belleza, utopía y existencia, diálogos filosóficos sobre el papel de la belleza en la vida humana. Y ahora, en 2025, acaba de publicar Himnos a Urlil con Ediciones Rilke, un volumen monumental de más de cuatrocientas páginas que recorre los lugares más sagrados y bellos del planeta desde Japón hasta la Isla de Pascua, desde las pirámides de Giza hasta Machu Picchu.

No es poesía confesional ni urbana, no practica la ironía posmoderna ni el minimalismo formal. Blanco escribe en la tradición de los místicos españoles del Siglo de Oro, de Rilke y Whitman, de quienes creían que la poesía podía —y debía— enfrentarse a las grandes preguntas existenciales sin distancia protectora. Sus versos buscan la luz primordial que se manifiesta en toda belleza humana, ese impulso metafísico que lleva al constructor de pirámides y al escultor griego, al arquitecto persa y al poeta contemporáneo a crear algo que trascienda la finitud de sus días.

Quien haya visto a Carlos Blanco en sus conferencias académicas —serio, sistemático, casi hierático en su exposición de sistemas filosóficos complejos— quizá se sorprenda al encontrarlo escribiendo versos como “Embriágame, / luz tan sublime / que de la oscuridad extraes amor”. Pero quienes lo conocen de verdad saben que en él nunca ha habido separación entre el científico y el poeta, entre el filósofo y el místico. Para Blanco, la química explica cómo funciona el mundo, la filosofía interroga por qué existe, y la poesía celebra que exista.

Es esta síntesis poco común —mente privilegiada capaz de simultanear tres carreras universitarias, sensibilidad poética que se conmueve ante un atardecer en Roma— lo que hace de Carlos Blanco una figura fascinante y ligeramente anacrónica en nuestro tiempo. En una época que ha renunciado a las grandes narrativas, él propone una cosmovisión totalizadora. En tiempos de nihilismo cultural, predica esperanza sin complejos. En una generación adicta a la brevedad del meme, escribe poemarios de cuatrocientas páginas.

Algunos lo criticarán por idealista, por recuperar tonos proféticos que se creían agotados, por escribir como si la posmodernidad nunca hubiera existido. Otros encontrarán en su obra un antídoto necesario contra el escepticismo paralizante, una demostración de que aún es posible asombrarse ante la belleza del mundo, creer en verdades universales, practicar lo que él mismo llama “mística secular”.

Lo que nadie podrá negar es la coherencia de un proyecto intelectual que lleva décadas construyéndose sin claudicaciones: desde aquel niño de doce años que hablaba de jeroglíficos en conferencias académicas hasta el profesor universitario que hoy enseña filosofía de la religión, desde el joven que a los quince años asistía a lecciones universitarias hasta el poeta que a los treinta y nueve escribe himnos a la luz primordial, Carlos Blanco ha sido siempre el mismo: alguien convencido de que la mente humana puede comprender el universo, y el corazón humano puede celebrarlo.

Himnos a Urlil no es solo un libro de poesía. Es el testamento espiritual de alguien que ha dedicado su vida entera —desde la infancia prodigiosa hasta la madurez académica— a una única pregunta obsesiva: ¿qué permanece cuando todo se derrumba? Su respuesta resuena en cada verso: la belleza que creamos, el arte que dejamos, la luz que encendemos en la oscuridad. Y mientras haya quien sea capaz de conmoverse ante esa luz, mientras exista un Carlos Blanco escribiendo versos bajo las estrellas, la esperanza persiste.

Nota biográfica:

Carlos Alberto Blanco Pérez (Madrid, 1986) es doctor en filosofía, doctor en teología y licenciado en ciencias químicas. Profesor titular de filosofía en la Universidad Pontificia Comillas, miembro de la World Academy of Art and Science y de la Academia Europea de Ciencias y Artes. Cofundador de The Altius Society en Oxford. Autor de más de treinta libros sobre filosofía, teología, historia y ciencias cognitivas. Himnos a Urlil es su tercer poemario, tras Athanasius (2015) y Belleza, utopía y existencia (2018).

 

 

 

Carlos Blanco . Escritor, poeta. Compartir en X