Antínoo

Antínoo se reencarna en tu mirada:

tus ojos marrones no me hacen caso,

tus ojos marrones guían mis pasos.

El Nilo arrastra el dolor de mi alma,

pero tu olor permanece en mi almohada.

Desapareciste con el ocaso;

tu figura la dibujan los rayos,

la tengo atrapada en forma de llama.

Entre mis lágrimas se pierde el Nilo;

de nada me sirve llegar al puerto:

¿cómo saber dónde está mi destino

si estoy encallado en un mar abierto?

Quizá tú todavía sigues vivo,

y soy yo en realidad el que está muerto.

Mi último soneto

No, nadie me manda hacer un soneto,

ni me puedo imponer esa estructura,

ya que sería auténtica locura

(utilizada a modo de instrumento)

si pretendo expresar un sentimiento.

Quiero librarme de toda atadura

y acabar con las férreas armaduras

que convierten mi llanto en un intento.

Si hago un soneto, o pierdo esencia

o me transformo en un sepulturero,

pues habré desenterrado apariencia.

Ni quise entrar ni salir del primero,

y ahora muestro mi penosa existencia.

Contad si son catorce… ¡y estoy muerto!

1.

Es imposible escribir sobre el tiempo,

pues no existe.

Y menos aquí.

Es un constructo creado por el hombre

para esclavizarse a sí mismo.

Somos siervos de un río helado

que detiene su caudal

para observar el acto sexual

de dos mariposas doradas.

El ser humano es el producto

de esa cópula.

7.

El tiempo,

al igual que el Sol,

es un concepto al que

no se puede mirar

directamente.

Entre ambos elementos

sólo hay una diferencia:

el tiempo no existe;

el Sol es un mero espejo

que refleja la luz de tu mirada.

Sólo hay una semejanza:

los dos guían y ciegan mi vida.

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