ÁNGEL JESÚS
MARTÍN GONZÁLEZ
ÁNGEL JESÚS MARTÍN GONZÁLEZ
CUATRO ESTACIONES, VERSOS PARA ELLACUATRO ESTACIONES,
VERSOS PARA ELLA
GRUPO EDITORIAL PÉREZ-AYALAEditorial Poesía eres tú

ÁNGEL JESÚS MARTÍN GONZÁLEZ
El poeta que miró por la ventana

Hay personas que llegan a la poesía por los caminos convencionales: la universidad, los talleres literarios, los cenáculos donde se discuten metáforas como si fueran ecuaciones. Ángel Jesús Martín González llegó por otra ruta: la del silencio contemplativo, la de las madrugadas en que el mundo duerme y el alma despierta, la de las ventanas desde donde se observan las estaciones pasar mientras el corazón aprende —a golpes de luz y de ausencia— que el amor y la naturaleza hablan el mismo idioma.

Nacido en Jerez de la Frontera en 1963, cuando España aún era un país encerrado en sí mismo y la modernidad asomaba tímida por las rendijas de la historia, Ángel Jesús creció entre dos mundos: el de la tradición andaluza que olía a azahar y salitre, y el de una nueva España que se abría al turismo, al intercambio, a la posibilidad de otros horizontes. Quizá por eso eligió —o la vida eligió por él— una profesión que es, en el fondo, un arte de la hospitalidad: técnico de empresas y actividades turísticas, director de hotel durante más de tres décadas. Treinta años de recibir a desconocidos, de hacer que se sientan en casa lejos de casa, de construir puentes entre geografías y biografías.

Pero mientras atendía el devenir cotidiano de huéspedes que llegaban y partían, mientras resolvía los mil detalles logísticos que exige mantener vivo un espacio de acogida, Martín González guardaba otro oficio en las manos: el de observador de lo real, el de coleccionista de instantes. Los geranios en los patios encalados. El romper de las olas en La Caleta. Las golondrinas que vuelven cada primavera como promesas cumplidas. Los atardeceres que pintan el cielo de malvas y naranjas. Todo ese inventario sensorial fue sedimentando en su memoria hasta convertirse en materia poética.

No fue hasta la madurez —esa edad en que uno ya sabe que el tiempo no perdona pero puede, al menos, ser nombrado— cuando decidió dar forma escrita a todo lo que llevaba años acumulando en silencio. Durante dos años, entre 2023 y 2025, escribió los treinta y cinco poemas que conforman Cuatro Estaciones, Versos para Ella, su primer poemario. Dos años no son nada en la vida de un poeta profesional que publica cada lustro; dos años son una eternidad para quien descubre tardíamente que tiene algo que decir y no sabe si habrá tiempo suficiente para decirlo.

El resultado es una obra sincera, despojada de artificios académicos, donde el amor y la naturaleza se entrelazan como si fueran —como efectivamente son— la misma cosa vista desde ángulos distintos. Martín González no escribe desde las teorías literarias ni desde la competencia por la imagen más insólita. Escribe desde la experiencia directa: la de quien ha amado y perdido, la de quien ha contemplado cómo las estaciones pintan sobre el paisaje el itinerario secreto del corazón humano.

Su voz poética es reconocible desde el primer verso: clara, accesible, emotiva sin caer en el sentimentalismo barato. No hay hermetismos que descifrar ni claves ocultas que requieran manuales de instrucciones. Hay, simplemente, un hombre que mira por la ventana y pone palabras a lo que ve: “Desde mi helada ventana ansiaba tu llegada”. Esa ventana recurrente —símbolo de la distancia entre el deseo y su objeto, entre el observador y lo observado— es también metáfora de su propia posición en el panorama literario: alguien que mira desde fuera del circuito institucional, que no pretende revolucionar la poesía española pero sí ofrecer refugio emocional a quienes buscan en los versos compañía antes que desafío intelectual.

Antes de este poemario, Martín González ya había probado suerte con la literatura infantil, publicando Las aventuras de Mariquilla, Periquillo y Turco con la editorial Mr. Momo, un libro de cuentos para niños de entre cinco y diez años. Ese primer ejercicio narrativo revela algo importante sobre su concepción de la escritura: no se trata de demostrar erudición ni de impresionar a los críticos, sino de comunicar, de tender puentes emocionales, de hacer que el lenguaje cumpla su función primordial, que no es otra que la de conectarnos con los demás y con nosotros mismos.

La dedicatoria de Cuatro Estaciones, Versos para Ella dibuja el mapa afectivo del autor: sus hijos Ángel, Laura y Lola; su madre Mercedes, ya fallecida; y “los que aman la naturaleza y siguen creyendo en el amor”. En esa frase tan sencilla se condensa toda una declaración de principios: en tiempos de cinismo y desencanto, en una época donde el amor se mercantiliza y la naturaleza se explota, Martín González reivindica la posibilidad de seguir creyendo. No desde la ingenuidad sino desde la resistencia: creer a pesar de todo, creer porque la alternativa es renunciar a lo que nos hace humanos.

Su Andalucía no es la turística de postal ni la folklórica de cliché. Es la Andalucía íntima de quien nació allí y lleva su luz en los ojos: los pueblos blancos que trepan por las montañas, los patios donde el tiempo se detiene entre macetas de geranios, La Caleta gaditana donde el Mediterráneo se encuentra con el Atlántico, los campos de lavanda que perfuman la memoria. Esta geografía emocional ancla su poesía en lo concreto, le da peso de realidad, la salva de la abstracción.

Como técnico turístico, Martín González ha pasado décadas mostrando su tierra a visitantes de todo el mundo. Como poeta, sigue haciendo lo mismo pero con otras herramientas: muestra su paisaje interior a lectores que quizá nunca pongan un pie en Jerez pero pueden reconocer en sus versos el eco de sus propias primaveras perdidas, de sus propios inviernos solitarios.

Actualmente trabaja en un segundo poemario, señal de que lo que comenzó como necesidad expresiva puntual se ha convertido en vocación permanente. A los sesenta y dos años, cuando muchos empiezan a pensar en jubilaciones y balances finales, Ángel Jesús Martín González inicia una segunda vida: la del poeta que siempre fue pero recién ahora se atreve a nombrar en voz alta.

Su trayectoria rompe con el mito romántico del poeta precoz, del adolescente iluminado que publica a los veinte y se marchita a los treinta. Martín González representa otra tradición, menos visible pero igualmente legítima: la del poeta tardío, el que llega a las palabras después de haber vivido lo suficiente para saber qué vale la pena decir. Como Kavafis, que publicó su primer libro a los cincuenta. Como Pessoa, que murió desconocido y dejó un baúl lleno de poemas. Como tantos otros que no tuvieron prisa porque sabían que la poesía, cuando es verdadera, no caduca.

En un panorama literario español dominado por las editoriales de prestigio, los premios institucionales y los circuitos académicos, voces como la de Martín González recuerdan que la poesía es, antes que cualquier otra cosa, un acto de humanidad: alguien que pone palabras a lo que otros sienten pero no saben decir. Su mérito no está en la innovación formal ni en la ruptura con la tradición, sino en la autenticidad: escribir desde quien se es, no desde quien se debería ser para encajar en los cánones.

Cuatro Estaciones, Versos para Ella no es un libro que vaya a cambiar la historia de la poesía española. Pero sí es un libro que puede cambiar la tarde de un lector solitario, el estado de ánimo de alguien que atraviesa su propio invierno emocional y necesita recordar que después vendrá la primavera. Y eso, en literatura como en vida, no es poco. Es, de hecho, lo único que importa.

Ángel Jesús Martín González sigue dirigiendo su hotel, sigue recibiendo a desconocidos, sigue haciendo que se sientan en casa. Pero ahora también escribe. Y en sus poemas, quienes lean encontrarán otra forma de hospitalidad: la de las palabras que abren puertas, la de los versos que ofrecen refugio, la de la belleza que consuela sin necesidad de explicarse.

Porque al final, como él mismo escribe, “no existe el lamento, feliz me siento”. Y esa felicidad conquistada tras haber atravesado todas las estaciones del alma es el mejor aval de un poeta que acaba de empezar.

 

 

 

ÁNGEL JESÚS MARTÍN GONZÁLEZ . Escritor, poeta. Compartir en X