Título: EN LAVAPIÉS LOS DÍAS SON DE POESÍA

Autor: ALFONSO BECERRA ÁLVAREZ

 

Año de Publicación: 2021

 

Editorial: Poesía eres tú

http://www.poesiaerestu.com

 

ISBN-13: 978-84-17754-85-3

 

PVP: 14 Euros (IVA Incluido).

 

Págs. 178

 

 

 

 

RESEÑA:

 

En Lavapiés los días son de poesía es una antología poética viva con lírica existencial, reflexiva, comprometida, activista, sensible e inteligente, escrita en pleno confinamiento por la covid-19 y repleta de numerosas reflexiones que abarcan temas muy variados, aunque son especialmente redundantes los sentimientos y las emociones de una realidad personal y social.

 

PRIMERAS PÁGINAS

 

“EN LAVAPIÉS LOS DÍAS SON DE POESÍA” – Alfonso Becerra Álvarez

ANÁLISIS

“En Lavapiés los días son de poesía” representa el nacimiento literario de Alfonso Becerra, una obra concebida durante el confinamiento por la pandemia en 2020. Como el propio autor nos confiesa en su prefacio, estos poemas surgieron “en noches de insomnio y días interminables” mientras permanecía aislado en apenas veinte metros cuadrados del madrileño barrio de Lavapiés.

Este primer poemario de Becerra conforma un diario íntimo y vibrante que recoge las emociones, recuerdos y reflexiones desatadas durante ese periodo excepcional. Lo que hace especialmente valioso este libro es su autenticidad: el lector tiene acceso directo a la evolución emocional y creativa del poeta durante esos meses de encierro, donde resurgen “sentimientos, desde la niñez a amores no correspondidos y duelos que creía que estaban por siempre olvidados”.

Desde el punto de vista métrico, Becerra opta mayoritariamente por el verso libre, con una marcada preferencia por la naturalidad expresiva sobre la rigidez formal. Sus composiciones varían en extensión, desde piezas breves de apenas cuatro versos hasta poemas que ocupan varias páginas. El ritmo proviene no tanto de esquemas métricos tradicionales como de recursos expresivos como paralelismos, repeticiones y enumeraciones que dotan a los poemas de musicalidad interna. Esta libertad formal evidencia a un poeta que está encontrando su voz, experimentando con distintas posibilidades expresivas.

En cuanto a su diálogo con la tradición poética española, Becerra conecta sutilmente con varias corrientes. Por un lado, su enfoque en lo cotidiano y la exploración de espacios urbanos entronca con la poesía de la experiencia de finales del siglo XX. También se percibe la influencia de la poesía popular española, especialmente en los poemas donde recrea el habla característica de Extremadura, su tierra natal. En “Raíces – Luis Chamizo”, hace un homenaje explícito al poeta extremeño, conectando con esa tradición poética regional.

En el panorama actual de la poesía española, este libro se sitúa dentro de una corriente que podríamos denominar “poesía de la proximidad”, que prioriza la comunicación directa con el lector sobre la experimentación formal. Alejado tanto del hermetismo como del preciosismo estilístico, Becerra apuesta por una poesía accesible pero honesta, capaz de conectar con lectores no especializados sin renunciar a la profundidad emocional. En un momento donde la poesía española se debate entre la experimentación conceptual y el retorno a formas clásicas, Becerra encuentra un camino intermedio: la autenticidad de la experiencia vivida expresada con sencillez pero con hondura.

TÉCNICAS LITERARIAS

Alfonso Becerra despliega en este poemario un conjunto de técnicas literarias que, aunque no resultan particularmente innovadoras, se utilizan con efectividad para transmitir sus vivencias y emociones:

La repetición es quizás el recurso más característico de su escritura, utilizando anáforas para generar ritmo y enfatizar ideas centrales. En “Búscame”, por ejemplo, la reiteración del título al inicio de cada verso crea un efecto hipnótico que refuerza el anhelo de conexión: “Búscame, cuando no viva en Lavapiés. / Búscame, cuando no pueda salir otra vez…”. Este recurso genera una cadencia oral que evoca las letanías o los conjuros, dotando a algunos poemas de una cualidad casi mágica o ritual.

La personificación es otra técnica recurrente, especialmente cuando habla de elementos naturales, temporales o espaciales. En “Abril” o “Julio”, los meses adquieren características humanas, mientras que en “El Barrio”, Lavapiés se convierte en un ser vivo con personalidad propia. Este recurso refleja la intensa relación emocional que establece el poeta con su entorno inmediato durante el confinamiento, cuando los espacios y el tiempo adquirieron dimensiones nuevas.

El apóstrofe lírico aparece constantemente, con el poeta dirigiéndose directamente a personas ausentes, objetos o conceptos abstractos. En “La Luna”, por ejemplo, habla directamente a su hermano fallecido, mientras que en “La Silla” dialoga con un objeto cotidiano. Esta técnica crea una sensación de intimidad y cercanía, como si el lector fuera testigo de una conversación privada.

Las yuxtaposiciones y contrastes son también fundamentales en su poética. Becerra coloca elementos aparentemente dispares uno junto al otro para generar tensión o resaltar paradojas. En “El Silencio”, por ejemplo, describe este fenómeno como “tan cálido y frío y cercano”, jugando con estas oposiciones para transmitir la complejidad de la experiencia.

El uso de preguntas retóricas aparece como método para invitar a la reflexión. En “Suspiro” se pregunta: “¿Qué se esconde detrás de un suspiro? / ¿Qué disgusto o sufrimiento desprende ese sonido?”. Estas interrogaciones sin respuesta explícita invitan al lector a completar el significado desde su propia experiencia.

Finalmente, su uso de imágenes sensoriales y directas, alejadas de la abstracción, crea un universo poético tangible y cercano. Cuando escribe sobre “el cabello de la persona amada” comparándolo con “agua que cae de la altura de un precipicio”, está construyendo metáforas accesibles pero efectivas que cualquier lector puede visualizar e interiorizar.

COMPARATIVA

Al situar la poesía de Alfonso Becerra junto a la de otros autores contemporáneos, emergen tanto similitudes notables como diferencias reveladoras.

Comparte con Luis García Montero esa tendencia a poetizar lo cotidiano desde una perspectiva íntima y urbana, aunque sin la misma pericia técnica ni el bagaje cultural que caracteriza al poeta granadino. Ambos convierten la ciudad en escenario de experiencias personales, pero mientras García Montero construye una voz poética consistente y elaborada, Becerra nos ofrece una voz en formación, más espontánea y menos pulida.

Existen paralelismos con poetas de la llamada “generación millennial” como Elvira Sastre o Marwan en su acercamiento directo a las emociones y en la creación de un vínculo casi confesional con el lector. Sin embargo, Becerra carece del calculado efectismo que a veces caracteriza a estos autores y opta por una expresión más natural, menos pendiente de la reacción inmediata del receptor.

Con Ben Clark comparte la forma honesta de abordar el duelo y la pérdida, especialmente evidente en los poemas dedicados a su hermano fallecido. Ambos convierte el dolor en materia poética sin excesivas ornamentaciones, pero mientras Clark articula ese dolor con mayor control formal, Becerra lo expresa de manera más cruda e inmediata.

Su mirada sobre el barrio de Lavapiés recuerda a la poesía urbana de Manuel Vilas, aunque con menor carga irónica y más ternura hacia los personajes y espacios descritos. Si Vilas disecciona la realidad urbana con un escalpelo entre cínico y compasivo, Becerra la abraza con una mirada más empática y menos distanciada.

También podemos encontrar conexiones con la poesía de Karmelo C. Iribarren en la aparente sencillez y la observación atenta de lo que otros considerarían insignificante. Ambos transforman momentos aparentemente banales en revelaciones poéticas, aunque Iribarren lo hace con mayor concisión y Becerra con mayor expansión emocional.

Lo que hace única la voz de Becerra es precisamente su posición como poeta emergente que escribe desde una experiencia excepcional (el confinamiento) y desde un espacio particular (Lavapiés). Esta combinación de circunstancias produce una poesía genuina en su inexperiencia, donde los posibles defectos técnicos quedan compensados por la autenticidad del testimonio vital.

SIMBOLISMOS

El universo simbólico de “En Lavapiés los días son de poesía” se construye principalmente a partir de elementos cotidianos que adquieren dimensiones más profundas a través de la mirada del poeta:

El barrio de Lavapiés emerge como el símbolo central del poemario, trascendiendo su condición de simple espacio urbano para convertirse en un territorio de transformación personal. Como afirma el propio autor: “Lavapiés, desde que llegué a ti, no he parado de crecer, de conocerme y ver mi vida correr. Hubo un cambio en mí, un antes y un después, en mi forma de vivir”. El barrio se erige como un microcosmos multicultural que representa tanto la diversidad del mundo como el espacio interior del poeta, con sus “grandes cuestas” simbolizando los desafíos vitales y sus “calles empedradas” las dificultades del camino.

La Luna aparece recurrentemente como símbolo de conexión con los ausentes, especialmente en el poema dedicado a su hermano fallecido. Este satélite actúa como puente entre el mundo de los vivos y los muertos, permitiendo una comunicación imposible en términos físicos: “Los días de luna llena, te siento, te huelo y te oigo hablar, apareces en sueños, donde tu voz puedo escuchar”. La luna representa así la permanencia de los vínculos más allá de la muerte física.

El silencio se presenta con una dualidad simbólica fascinante. Inicialmente temido (“¡Qué miedo! Inseguridad, pánico y soledad con tu llegada”), evoluciona hasta convertirse en fuente de autoconocimiento y paz (“Han tenido que pasar tantos años para conocerte, para que llegaras, entender que en ti, está la verdad, la paz y la serenidad”). Esta transformación simboliza el propio proceso interior del poeta durante el confinamiento: del miedo inicial al aislamiento hacia el descubrimiento de sus propios recursos internos.

La bicicleta aparece como poderoso símbolo de la infancia y la libertad. En “La Bici”, este vehículo representa tanto los recuerdos de juventud como la sensación de autonomía y escape: “agarrarme al manillar con fuerza, era como navegar en un mar sin agua y sin sal, era viento y libertad”. En tiempos de encierro forzoso, este símbolo adquiere especial resonancia.

Las estaciones y los meses (especialmente abril y julio) funcionan como símbolos de estados emocionales específicos. Abril representa la incertidumbre y el cambio (“Eres lluvia y eres sol, granizar por la tarde y viento al caminar, nadie sabe de tu salir, por eso eres tan especial Abril”), mientras que julio simboliza la intensidad emocional sofocante (“Es el núcleo del verano, del calor, de tardes donde se alarga el sol”).

El agua, en sus diferentes manifestaciones (río, lluvia, cascada), simboliza tanto el paso del tiempo como la purificación emocional. En “En la orilla del río”, la piedra que permanece mientras el agua fluye representa la constancia frente al cambio perpetuo, una metáfora del propio ejercicio poético como forma de dar permanencia a lo efímero.

ESTRUCTURA PERCEPCIÓN DEL LECTOR

La estructura de “En Lavapiés los días son de poesía” genera efectos significativos en la percepción y experiencia del lector, invitándolo a compartir el viaje emocional del autor durante el confinamiento.

El libro comienza con un prefacio que establece claramente el contexto de creación: la pandemia, el encierro, la soledad. Este marco inicial actúa como puerta de entrada que predispone al lector a una lectura íntima, casi confesional. Al conocer las circunstancias excepcionales que motivaron estos poemas, el lector queda invitado a una complicidad especial con el autor.

Al no dividir el poemario en secciones formales, Becerra crea una experiencia de lectura que emula el fluir de los días durante el confinamiento: sin grandes demarcaciones, con cierta sensación de continuidad temporal que ocasionalmente se ve interrumpida por momentos de particular intensidad emocional. Esta estructura “sin compartimentos” refleja la propia experiencia del tiempo durante el encierro: días que se funden unos con otros sin claras delimitaciones.

La alternancia entre poemas breves y otros más extensos establece un ritmo variable que mantiene la atención del lector. Tras un poema largo y emotivamente denso como “La Luna” (dedicado al hermano fallecido), encontramos piezas más breves que funcionan casi como respiraciones, permitiendo al lector procesar lo anterior antes de sumergirse en una nueva experiencia intensa.

Los títulos directos y concisos (“El Abrazo”, “La Noche”, “Miedo”) actúan como pequeñas puertas que el lector atraviesa, sabiendo aproximadamente qué esperar pero desconociendo el tratamiento específico que dará el poeta a cada tema. Esta claridad titular facilita la navegación por el libro y crea un horizonte de expectativas que luego el poema confirma o matiza.

La inclusión de poemas dedicados a personas concretas (amigos, familiares) genera en el lector la sensación de estar accediendo a un círculo íntimo, de ser invitado a conocer el universo personal del autor. Estos momentos “dedicados” humanizan la experiencia poética y crean puentes de empatía.

El libro concluye con textos que sugieren cierta apertura hacia el futuro, como “Búscame”, donde el poeta plantea posibilidades de reencuentro. Este cierre genera en el lector la sensación de que el viaje poético, como el confinamiento mismo, no es un final sino una etapa dentro de un proceso continuo.

ESTRUCTURA TEMAS Y SECUENCIAS

El poemario se articula en torno a varios núcleos temáticos que, lejos de aparecer en bloques separados, se entrelazan a lo largo de la obra creando un tejido complejo de significados y resonancias:

El confinamiento se presenta como telón de fondo que unifica la experiencia, especialmente abordado en poemas como “Confinamiento”, donde Becerra describe directamente esta circunstancia excepcional: “Solo me encontraba, sin saber hasta cuándo mi salida llegaba”. Sin embargo, este tema no queda limitado a las menciones explícitas, sino que permea todo el poemario en forma de introspección forzada por el aislamiento.

Los vínculos afectivos constituyen otro eje fundamental, manifestándose en múltiples direcciones. Los poemas dedicados a su hermano fallecido (“La Luna”), a sus hermanas (“Hermanas”), o a amigos específicos (“La Casa de Laura”, “Oda a la Olalla”) conforman un mapa emocional de las relaciones significativas del autor. El carácter nominativo de muchos de estos poemas subraya la importancia de las personas concretas en este universo poético.

La memoria y la identidad emergen como temas recurrentes, especialmente en poemas que evocan la infancia (“El Niño”, “La Bici”) o los lugares de origen (“Raíces – Luis Chamizo”). A través de estos textos, el poeta parece realizar un viaje interior hacia sus raíces durante el confinamiento, redescubriendo aspectos de sí mismo a través del recuerdo.

La reflexión sobre estados emocionales específicos estructura otra serie de poemas, donde Becerra examina sentimientos como el miedo (“Miedo”), el silencio (“El Silencio”), la espera (“La Espera”) o el perdón (“El Perdón”). Estos textos, más introspectivos, funcionan casi como pequeños ensayos poéticos sobre la condición humana.

El espacio urbano, particularmente el barrio de Lavapiés, actúa como escenario principal y tema en sí mismo. En “El Barrio”, el poeta no solo describe un entorno físico sino un microcosmos cultural y social que ha transformado su propia identidad: “Lavapiés, si no hubiera llegado a ti, no tendría estos valores, y esta forma de sentir”.

La temporalidad se manifiesta a través de poemas dedicados a momentos específicos del año (“Abril”, “Julio”), creando un calendario emocional que refleja cómo el paso del tiempo durante el confinamiento adquiere cualidades particulares, asociadas a estados anímicos concretos.

En cuanto a la secuenciación, el libro no sigue un orden cronológico estricto ni una progresión temática sistemática. Más bien, parece recrear el propio flujo de la conciencia durante el encierro, donde recuerdos, reflexiones y observaciones presentes se entremezclan sin un orden preestablecido. Esta estructura aparentemente aleatoria refleja con autenticidad el proceso mental durante un periodo de aislamiento prolongado, donde pasado y presente se funden en la experiencia interior.

Los poemas más personales o emocionalmente intensos suelen ir seguidos de otros más descriptivos o reflexivos, creando un ritmo ondulante que evita la saturación emocional y permite al lector procesar las experiencias más densas antes de sumergirse en nuevas profundidades.

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EN LAVAPIÉS LOS DÍAS SON DE POESÍA. ALFONSO BECERRÁ ÁLVAREZ
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